“Agostía”

Agosto podía ser nombrado, por lo indolente y rumboso de su naturaleza, la decimoctava autonomía del reino. En lo geográfico del calendario, paradisíaco, entre el caluroso julio y el tibio septiembre. Respecto a la población, autóctona, miles de individuos de la tribu vacacional. En lo tocante a la lengua, lenguaraz, se maneja en la jerga tabernaria sublimada al extremo en el aparentar de los mentideros, los chiringuitos playeros y antros de moda. En la disposición, tan perezoso como diligente, igual disfruta de la siesta que peregrina resignado de la playa al apartamento cargado como un jumento. 
Qué decir de lo gastronómico, otra clara seña de identidad de nuestro ser autonómico, solo que se cocina en todos los platos, nada escapa a su aroma y sabor, que pese a ser confusos no engañan (esencias vivas de humanidades muertas). Por lo demás, como todas: pedigüeño, veleidoso, mentiroso, derrochón, egoísta, mediocre…
“Agostía”, podría denominarse; espacio gobernado por su natural tumulto festivo. Un lugar de exilio para los que huyen de esas dolidas patrias que aún no han aprendido a pronunciar estado y ya aspiran a serlo, que todavía no se han sacrificado y ya se postulan mártires. Una autonomía, digo, que costeásemos de la playa a la montaña cada cual con arreglo a sus posibles. Sí, agosto, pese a su carácter verbenero podría ser una utopía barata y créanme, la necesitamos en esta pesadilla de costosas entropías “taificas”.

“Agostía”

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