Agostado

Mil cuatrocientos cuarenta carácteres, ese es el espacio que dispongo para la difícil tarea de hablar de algo que no sea política, políticos y gobiernos. Eso es lo que ocurre cuando desaparece la sociedad civil, es decir, que es militar en lo político y político en lo militar; incivil, digo, y como tal, imposible eludirlos. La cuestión es que estoy ante esa terrible evidencia, preocupado y en total desacuerdo, tanto que me niego a referirme a ellos y sus oscuros manejos. 

No es fácil, tenemos más que vergüenza, y más aún que presupuesto. Y como no lo quiero hacer he decidido hablar del verano, claro que de esa estación sin vuelta ya hablé en primavera. Esta asincronía se debe a que al no haber sociedad civil tienen los poetas que consumir metáforas sin fecha con las que construir poemas caducos. 

Una melancolía, lo sé, que remediaré hablando del omnipresente agosto. Un mes inhábil, de despilfarros, indolencias, un ser sin noción del tiempo ni razón de espacio, en el que parece que podamos ocuparlo todo para no hacer nada. 

Como los políticos y los gobiernos, dirán, y es verdad. Lo cierto es que no sé que más puedo decir sin concluir que agosto es un mes politizado por el mal ejemplo de los políticos en lo desquiciado de su quehacer. 

Poco, es cierto, quizá solo que agosto es un tiempo para disfrutar y recordar, no como esos gobiernos y políticos que sufrimos sin posibilidad de olvido y olvidamos sin conciencia de sufrir. 

Agostado

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