Un aviso muy necesario

es peligroso asomarse al exterior. Así avisaba el cartel en los vagones de la Renfe y, ahora toma relevancia si, en este perro mundo, nos asomamos al exterior de nuestro terruño.
Los yanquis, los únicos que lanzaron una bomba atómica, los que nos engañaron con el “Maine”; los que –con la complicidad de nuestro Aznar– juraron que había por allá abajo armas de destrucción masiva; los que miran para otro lado ante la masacre constante de los palestinos y no miran hacia el pueblo saharaui, se permiten el lujo de organizar otro Vietnam, una nueva Corea y poner al mundo al borde de otro siniestro total.
Ellos, los mayores vendedores de armas, los que la “montaron” a lo largo de la América Latina, quieren justificarse ante el mundo y reciben el aplauso de sus socios, sucios negociadores con la sangre ajena. En Madrid, la prensa afecta aclara “el ataque navega entre su justificación moral y un calado casi cosmético”. Cierto: es peligroso asomarse al exterior, pues el asco te puede dejar insensible la pituitaria y el cabreo hacer perder la fe en la ONU, la OTAN, la cacareada lista de derechos humanos.
Aquí nuestro Gobierno y su socio preferente le ponen la zancadilla a la justicia internacional y se esconden en falsos preceptos. Así nos duele, años después, el caso del gallego Couso o nos llena de ira que el presidente, M punto Rajoy, participe en un acto de homenaje a las víctimas de la dictadura en Argentina y aquí desprecie a sus conciudadanos que, víctimas del franquismo, aún quedan por las cunetas. Eme punto Rajoy, presidiendo un gobierno con “media plantilla” repudiada y un partido con más de un centenar de casos de corrupción.
Nos llega un capítulo más de esa lacra: “El Mundo” cuenta la historia de la actual jefa del Imserso que detalló como el entonces consejero de Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid desvió fondos públicos, destinados a la reinserción de menores para gastos de la campaña electoral.
El Gobierno coninúa vendiendo una pretendida mejora económica mientras se incendia la calle, se multiplican las protestas: jueces, médicos, bomberos, policías y guardias civiles; jubilados y parados. Y es que en la calle está la realidad. La que cuenta que el pan, la leche, las medicinas aumentaron su precio en un cuatro por ciento. El transporte un diez y la luz hasta un veintiuno por ciento. Ciertamente, aquí también es peligroso asomarse a la realidad. Una realidad que nos avergüenza.

Un aviso muy necesario

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