Que nadie quede atrás

Un famoso liberal inglés proclamaba finalizada la posguerra mundial que cada ciudadano por el hecho de serlo debía estar protegido socialmente desde la cuna hasta la muerte. Una utopía a la que se fue acercando la realidad gracia al llamado estado del bienestar puesto en marcha por las políticas de izquierda. 

Aquí hay datos y fechas: la universalización de la sanidad o la revisión de las pensiones en la época de Felipe González junto con la puesta en marcha la negociación entre  capital y trabajo; la ley de ayuda a la dependencia, en dos mil seis, con el gobierno de Rodriguez Zapatero y recientemente el salario mínimo vital, tal como recordaba el periodista y economista Joaquín Estefanía en un artículo donde anunciaba, por la realidad que nos rodea, unos años difíciles. En un punto y aparte cada uno de ustedes puede confirmar lo aquí expuesto y preguntarse, que entre esos períodos comentados que hizo o propusieron Aznar o Rajoy

Hace falta pues la ayuda de todos, la solidaridad de los que más tienen hacia los que carecen de todo. El único sistema es la distribución tributaria que, en España, entre la maraña legislativa, la llamada ingeniería financiera y la opacidad en muchos casos  –como apuntó certeramente nuestro paisano y brillante economista Antón Costas– que supone una merma al Estado, o sea a todos los españoles, de ochenta mil  millones de euros entre exenciones, deducciones y desgravaciones amén de otros artilugios fiscales. Esta es la realidad: tenemos un estado que dedica menos recursos a la sanidad y a la educación, a la vivienda  que el resto de Europa. 

Estas cifras, los datos que aquí se apuntan, son una triste realidad. En algunos casos su demostración más palpable se comprobó en estas semanas de pandemia: ni nuestra sanidad era tan buena como se presumía ni los servicios sociales serían de apoyo, de trinchera, para los que más lo necesitaban. 

La cifras de familias sin ingresos, la pobreza infantil, la falta de futuro para miles de jóvenes, el trabajo mal remunerado acompañado todo esto de la afirmación que durante este tiempo los ricos se hicieron más ricos, es el paisaje que ofrece España. Y por eso pretender que se sostenga el estado de bienestar con el obsceno fraude fiscal  es una utopía mayor de la que pedía aquel inglés en el final de la década de los cuarenta. Para salir de esta hace fala soliaridad y justicia. 

Que nadie quede atrás

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