Es la guerra

a poco de su despedida –antes ya hubo escaramuzas desde sus fieles más aguerridos– Mariano Rajoy ya agitó la bandera de ataque arengando a los suyos para, de nuevo, volver a la crispación que ya se usó contra Felipe González y José Luis Rodríguez  Zapatero, por citar a rivales directos. 
Y, otra vez, hizo “el relato” de la batalla: no le echaron, se va. Y lo hace por el partido, por él mismo y, quizás por España (literal) pero deja abierta la puerta para seguir cobrando del erario público y apacentando a su rebaño “in vigilando”, aunque ya dijo (él, a quien el dedo de José María Aznar lo puso ahí) que ahora habrá primarias. 
Ya se le ofreció Aznar para “reconstruir el centro derecha”, mientras se le escapa otro socio (Ciudadanos) que pasa a feroz contrincante. 
Rajoy, el que nos dijo aquello de “cuanto peor para todos, peor para todos, mejor para mí” (2-6-18), ahora presume de sus logros, mientras esconde sus fracasos, que también quedan de herencia sucesor: la deuda pública disparada sin freno; más desigualdad, precariedad laboral que es la mayor de Europa y mareas de ciudadanos protestando por las esperas en Sanidad, 
Bajó la tasa de paro y de forma alarmante el gasto público en infraestructuras durante los años de su mandato y por aquí nos queda la promesa del AVE para fin del año próximo (y sin noticias de un ferrocarril moderno para Ferrol), inversiones para el Puerto Exterior y mejorar la conexión con Lugo. 
En el legado de Rajoy hay que incluir la ley mordaza que amenaza los derechos ciudadanos y, aunque él no se lo crea, el agujero negro, la charca, de la corrupción. Tiene “su coña” que en la despedida se congratulase de “todos los ministros que han servido a su lado durante estos años”, cuando hay alrededor de media docena entre el talego y los juzgados. 
Y deja también un proyecto en marcha,  más que en marcha camino de Europa,  que trata de nuevos “ajustes” en educación y sanidad. 
Pero además de anunciar una guerra a muerte con el Gobierno actual, deja abierta la puerta a otra guerra fratricida que, allá en Madrid, ya está reclutando tropas: Cospedal, Santamaría y Feijóo anotan sus fieles, reparan en las huestes del rival y ya en los mentideros “capitalinos” aparecen papeles, datos, para embarrar la lucha, pues todo vale. La crispación de nuevo, anunciaba en “El País” Joaquín Estefanía. Parapetémonos.

Es la guerra

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