La revolución de las ciudades

Hay una fuerte tendencia global, sumar acciones individuales como camino para transformar el mundo. Gestos inspiradores que, animando con el ejemplo, suman y suman seguidores para nuevas prácticas, sobre todo sociales y medioambientales. Consecuencia, sin duda, del profundo cambio que, en miles de millones de personas, están produciendo las tecnologías facilitadoras de la hiperconectividad y su efecto multiplicador de lo relacional.
Pero, existiendo personas capaces de promover cambios planetarios, aun son pocas y, frente a lo individual, una organización superior, la ciudad, se está ganando a pulso el protagonismo como estructura social facilitadora de la transformación necesaria en materia medioambiental. Compensando así la lentitud y papanatismo de regiones y países. Es por tanto el tiempo de la revolución medioambiental de las ciudades, como catalizadoras de estilos de vida sostenibles que, en última instancia, pueden alterar el desenfreno destructivo de la cadena de valor humana. Son la última barrera a las pautas de consumo promovidas por multinacionales, como depredadoras de ecosistemas, ante la sorprendente inacción de los reguladores. Las ciudades están ejecutando políticas que impulsan modelos que los estados son incapaces de liderar.
Los ejemplos abundan. No hace muchas décadas la Ría de Bilbao era poco más que un estercolero industrial al que nadie le veía la más mínima posibilidad de regeneración. Hoy es un ejemplo de transformación urbanística y modelo de sostenibilidad. Hay más. Ciudades como Peterborough (Inglaterra, 200.000 hab.), que genera electricidad para 16.000 hogares gracias a la valorización energética de los residuos sólidos no reciclados, Friburgo (Alemania, 200.000 hab.) apostó por la energía fotovoltaica y cuenta con más de 500 instalaciones dando energía a instalaciones públicas y a transportes colectivos, Luibliana (Eslovenia, 300.000 hab.) capital verde europea 2016, que anunció un revolucionario plan de residuos cero ¡Residuos cero! La meca de la economía circular, destino final del civismo, responsable y sostenible, al que todos debemos aspirar.
Las ciudades son el eje impulsor del cambio necesario y el movimiento, aunque lento, es imparable. En A Coruña tenemos todo para hacerlo posible, especialmente una ciudadanía con sensibilidad medioambiental. Pero faltan políticas audaces y gestores capaces para hacerlo posible. Llevamos siete años enredados en trifulcas sin rumbo pero, en estos últimos tres, el área de Medio Ambiente, más que inspirar el futuro, está enfangando el presente. Y además, para liarla, nos topamos con administraciones superiores hostiles al cambio medioambiental. Llevamos años soñando con la ría del Burgo como un espacio natural único. La visitan políticos europeos, nacionales, regionales y nada avanza. Es cansino verlos anunciar ayudas nunca ejecutadas.
Pero la ciudad no solo no avanza, parece retroceder. El Puerto pretende impulsar una planta de tratamiento de residuos de buques en Oza, la Xunta una planta de tratamiento de residuos sólidos en Arteixo limítrofe con Novo Mesorio, Nostián la colapsan y el concesionario aprieta de manera infame a la plantilla. Vemos como se aleja todo lo que debería ser. Así no podemos seguir, urge sumar A Coruña a la revolución del cambio medioambiental

La revolución de las ciudades

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