El monte rentable no se quema

Una vecina de Cerceda fue detenida por haber cometido un presunto delito continuado de incendio forestal. Le imputan 15 fuegos. La noticia es llamativa y adquiere relevancia en todos los medios. Tampoco pasa inadvertida la acusación de la Xunta, que considera los incendios como atentados ambientales. Mientras, la imagen aérea de Galicia es una sucesión de montes en llamas. Nada muy distinto de lo acontecido en La Palma. En apenas siete meses se han quemado unas 26.000 hectáreas, lo cual sitúa España como el país de la UE más afectado por estas catástrofes. Semejante problema no se puede resumir con una detención anecdótica ni echando balones fuera. Estamos ante un problema de Estado, real como la vida misma durante todo el año, pero que solo se visualiza en verano, con lo cual cuando llegan las lluvias deja de ser un problema de Estado para convertirse en un problema veraniego.
Los partidos que gobiernan y los que están en la oposición suelen reducir su política forestal a lanzarse reproches, sin aportar soluciones que exigirían consensos de al menos seis legislaturas: las necesarias para una verdadera política forestal, como demuestran las experiencias de los países nórdicos. En un período así sería posible analizar y describir la intensidad de la producción maderera, la composición por especies deseable y la diversidad de paisajes. Una vez hecho ese trabajo debería afrontarse algo que requiere no menos consenso político: cambiar la estructura de la propiedad del monte, encaminándola a su explotación y poniendo coto al minifundio.
Ya no basta con la represión, las brigadas y la regulación ecológica del material combustible. Es la hora de la política forestal, a sabiendas de que el monte rentable no se quema. El monte se incendia por diversos motivos, pero sobre todo arde porque no está limpio. Si en el pasado no se quemaba tanto, no era porque hubiese muchos hidroaviones, sino porque los campesinos tenían sus montes limpios y, como los explotaban, los cuidaban.
Acabado el modelo económico del ladrillo y sin que nadie conozca cuál debe ser la alternativa, los montes ofrecen unas posibilidades económicas envidiables. Podrían enriquecer la estructura social y empresarial de España, y convertir el país en una potencia maderera mundial, con más robles y menos eucaliptos y una industria asociada, capaz de aportar valor añadido. Sería la mejor manera de decir adiós a los incendios.

El monte rentable no se quema

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