Suicidio colectivo

En mayo de 1980 Felipe González presentó una moción de censura al Gobierno de Adolfo Suárez y cuando le tocó intervenir a Manuel Fraga, entonces al frente de Alianza Popular-Coalición Popular, se dirigió al joven candidato socialista y –cito de memoria– le dijo: “Pronunció un buen discurso y tiene usted madera de primer ministro. Solo le falta una cosa: ser conservador”, lo que provocó la hilaridad en la Cámara, sobre todo en el grupo socialista. 
Ideologías aparte, las palabras de Fraga fueron premonitorias, porque González supo cohesionar al partido homologándolo a la socialdemocracia europea y tenía un proyecto para transformar y modernizar España que los ciudadanos votaron mayoritariamente dos años después encomendándole la presidencia del Gobierno. 
Recupero de las hemerotecas aquel hecho a propósito de lo que está pasando hoy en el PSOE y, en honor a la verdad, hay que decir que su descalabro no es ajeno al declive de la socialdemocracia europea, incapaz de dar respuesta a la crisis económica.
Pero el partido se fue rompiendo últimamente por la dirección errática del secretario saliente que, falto de liderazgo, no supo cohesionar a las huestes y estuvo más preocupado por llegar a la Moncloa que por cautivar al electorado con un proyecto más atractivo que el latiguillo de “un gobierno de cambio y progreso para echar a la derecha”. ¿Alguien encuentra en Pedro Sánchez “madera” de primer ministro?
No me atrevo a calificarle de “insensato y sin escrúpulos”, pero la gestión de Sánchez permite concluir que la dirección del partido le venía grande a él y a su equipo, que accedieron al cargo sin la capacidad y preparación suficientes para dirigir una organización compleja. Al menos dieron muestras sobradas, en palabras de Raymond Hull, de “incompetencia pujante, incompetencia triunfante”, la expresión genuina del principio de Peter. 
En julio de 2014 su predecesor en el cargo, Alfredo Pérez Rubalcaba, al ver el perfil de los candidatos a sucederle, dijo: “Tardaremos dos o tres secretarios generales antes de que el PSOE gane unas elecciones”. Se quedó corto porque, después del suicidio colectivo del sábado pasado, pensar en recuperar el poder es una utopía.  
Dicho esto, la descomposición del PSOE –y de su franquicia gallega– no afecta solo a sus afiliados y simpatizantes. Pagaremos todos un precio alto si desaparece un partido que prestó grandes servicios y es necesario para la estabilidad política del país.

 

Suicidio colectivo

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