No profanen el aguardiente

n los primeros días de agosto apareció una noticia que tuvo poco recorrido en los medios, pero resultaba inquietante. La Guardia Civil detenía a dos individuos en Boiro por “fabricar” y comercializar un falso gel hidroalcohólico, mezcla de agua y aguardiente, producido en una nave agrícola -su laboratorio clandestino- que, dicho coloquialmente, era un “pendello”. 
Allí hicieron sus “alquimias” y obtuvieron ese gel que fue adquirido por varios centros de salud hasta que pacientes y usuarios detectaron en él un fuerte olor a aguardiente. Una de las empresas “cliente” analizó el producto y constató que tan solo contenía un 25 % de alcohol en lugar del 70 %, que es la cantidad óptima para que el gel tenga poder desinfectante. 
Estos son los hechos, graves por el peligro que entrañan para la salud. Pero tranquiliza saber que su presunto delito está en manos de los jueces, lo que me otorga licencia para analizarlos como un atentado a la cultura gastronómica cometido por esos alquimistas que “profanaron” el aguardiente, un sacrilegio civil imperdonable en esta tierra. 
En los años noventa del siglo pasado el escritor Julián Mandeo definía el aguardiente como “un licor máxico e forte, expresión da terra e axeitado complemento á calidade da nosa cociña, destilado mediante un ritual longo e complicado que se celebra nos misterios das noites do dourado outono”. 
Cunqueiro tenía en mucha consideración a todas las aguardientes gallegas y Castroviejo les atribuye “a propiedade de equilibrar os corpos despois dos abondosos xantares baixo os frondosos pazos, ó pé das lareiras ou nos campos das festas e ramarías”. Tiene, además, un bien ganado crédito como “valedora para afeccións bronquiais, trancazos tercos ou gripalladas rebeldes”, decía el citado Julián Mandeo. 
También hay evidencias de que, bajo su protección, se pronunciaron discursos arrebatadores y tuvieron lugar profundos diálogos metafísicos de los que salieron algunas sentencias solemnes. La Tía Manuela de Luis Celeiro, colega de página y amigo, recordaba “o papel da augardente como mediadora nas liortas veciñais, animadora das latricadas familiares e tamén como encirradora de enérxicas discusiós políticas”. Con tantos efectos beneficiosos convendrán conmigo que es un pecado desperdiciar el aguardiente para fabricar gel limpiador. 
Ojalá todo lo dicho sirva para que estos dos “alquimistas” no atenten más contra la salud de la población. Pero si quisieran seguir fabricando gel, que utilicen otros productos etílicos y no profanen el aguardiente, “sustento da raza galaica”. 
Que hay que degustar “con xeito”, saboreando al tiempo los buenos sentimientos que genera en compañía de nuestra gente.

No profanen el aguardiente

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