Dos lecciones de Escocia

La respuesta que los escoceses den mañana a la pregunta “¿debería Escocia ser un país independiente?” va a determinar su historia. Pero más allá de que decidan permanecer en el Reino Unido o recuperar la independencia que cedieron en el Acta de la Unión de 1707, hay dos lecciones en el proceso escocés que deberían aprender los políticos de aquí para poner sensatez en la cuestión soberanista planteada desde Cataluña, sabiendo que los procesos reivindicativos catalán y escocés son radicalmente distintos.   
La primera emana de cuando Alex Salmond pidió mejorar el autogobierno de Escocia a cambio de evitar el planteamiento independentista y Cameron le retó a que convocara el referéndum de la independencia, que entonces estaba lejos de ser una opción mayoritaria de los escoceses. Las consecuencias de su frivolidad y arrogancia están a la vista y el premier inglés quiere corregir ahora su error ofreciendo más autonomía –hasta apela a los sentimientos– para que no se separen, lo que equivale a reconocer que Escocia no tenía lo que merecía. No es por comparar, pero hay cierto parecido entre el diálogo Salmond-Cameron y el de Rajoy-Mas de la primera entrevista en Moncloa, cuando a Mas se le negó mejorar la financiación y lanzó el órdago “atente a las consecuencias” y Rajoy respondió con el silencio y el inmovilismo.     
La segunda lección está en el comportamiento de los políticos de Inglaterra y de Escocia. Abiertas las puertas de la consulta, cada cual defendió sus posiciones con argumentos y con lealtad en la discrepancia, sin gritos y descalificaciones. En esta línea de fair play y debate sereno, ni escoceses ni ingleses manipularon la historia o los datos de las relaciones económicas Londres-Edimburgo.  ¿Cómo explicar que dirigentes políticos de la culta sociedad catalana tergiversen la historia y las cifras de las transacciones económicas con el Estado y cómo explicar la cerrazón de determinado “nacionalismo español” que sigue adorando al “statu quo”? Sin duda, los políticos españoles –los independentistas catalanes y los demás– están menos dotados para el oficio de la política que los escoceses.
Hay más lecciones, pero si los políticos aprendieran las enseñanzas de estas dos, el problema catalán no habría llegado hasta aquí descontrolado, solo con dos alternativas: la amenaza de ruptura de Mas y de la fría aplicación de la ley por parte del Gobierno. Un callejón sin salida.

Dos lecciones de Escocia

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