La degradación de la democracia

n los días de confinamiento circuló por la red una pantalla con este dialogo “imaginario” entre Sánchez e Iglesias: “Extendemos la pandemia, los encarcelamos 2 meses, pedimos test falsos, retenemos el material sanitario, mandamos a la gente al paro y les hacemos salir a aplaudir todos los días…”, dice el presidente. “Genial!!, luego soltamos las palabras mágicas Franco, facha, casta, ultraderecha y le echamos la culpa al PP”, contesta el vicepresidente. “Fijo que cuela”, sentencia Sánchez.
Desconozco la autoría de esa ficción entre presidente y copresidente, pero es verosímil, encaja con lo que está ocurriendo. Recuerden a los miembros del Gobierno, presidente incluido, y del partido socialista saliendo como posesos para culpar al PP del pacto que el PSOE y Unidas Podemos firmaron con Bildu para derogar la reforma laboral
Este bigobierno no solo niega a la oposición el derecho a fiscalizar su gestión, sino que hasta le niega el derecho a existir y le acusa de fomentar la bronca y la crispación de las que tiene su parte de culpa, pero no toda. 
Y esas no son formas democráticas. La oposición es parte tan esencial de la democracia como el Gobierno. Escribía el ensayista Juan Claudio de Ramón en 2016 que el PP no es el partido demoníaco empeñado en torturar a los españolas… “El PP es la derecha democrática española. Sin más. Ni extrema derecha, ni derecha extrema”. Que el bigobierno acuse a este partido de todos los males debe responder a la estrategia de ocultar sus errores y mala gestión. 
En su descargo hay que decir que los populares deberían aceptar la legitimidad del Ejecutivo. Su táctica de acoso y derribo “exprés” es equivocada por cortoplacista y les iría mejor fiscalizar su gestión y presentar alternativas para mejorarla. 
Pero tan preocupante como demonizar a la oposición es la deriva del bigobierno hacia el autoritarismo debilitando la división de poderes, erosionando las instituciones, saltándose el Congreso para gobernar por decreto y huyendo de la transparencia. 
Constatan esa deriva autoritaria las arremetidas de Iglesias contra la judicatura, el maltrato del ministro Marlaska a la Guardia Civil, la manipulación del CIS y de la Abogacía del Estado, la opacidad sobre la estancia de la vicepresidenta de Venezuela en Barajas, los nombramientos a dedo y la última incoherencia de las puertas giratorias de Enagás. Son señales de degradación de la democracia. 
Todos los gobiernos tienen tentaciones cesaristas, pero que Sánchez e Iglesias deriven hacia el despotismo después de acceder al poder “para regenerar la democracia” es una prueba de que el “gobierno de progreso” está rebajando la calidad de la democracia misma.

La degradación de la democracia

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