De heridas y cicatrices

el día 2 de mayo el presidente del Gobierno se fue de Burgos reconfortado tras la firma de dos acuerdos -ampliación del museo de la ciudad y rehabilitación de un hospital-, “un acto muy bonito de los que dan sentido a dedicarse a la política. Hay cosas más bonitas, como esta, y otras que no lo son tanto y no me acuerdo de ellas”, bromeó un enigmático Rajoy.
Ese mismo día la Comunidad de Madrid celebraba su fiesta y dejaba la fotografía de la vicepresidenta del Gobierno y la ministra de Defensa sentadas en primera fila, separadas por una silla sin intercambiar palabra, ni siquiera la mirada.
La imagen, muy reproducida por los medios, certifica las profundas diferencias personales y políticas, no sé si por este orden, entre las dos delfinas de Rajoy, como les llama el colega Gonzalo Bareño, unas desavenencias propias de aprendizas que hacen daño a su partido y restan en la gobernanza del país porque contagian a sus equipos de trabajo y presiento que también al Consejo de Ministros.
El presidente del Gobierno tiene un problema más y no es creíble lo que dijo a una periodista: “Desconozco esa situación, me parece un tema muy pequeño y muy machista”. Es posible que las diferencias entre la vicepresidenta y la ministra pertenezcan a la categoría de cosas que no son tan bonitas y “no me acuerdo de ellas”. Lo que no sé es si, como jefe de ambas, va archivar el conflicto en la carpeta de los problemas que no tienen solución o en la de asuntos que soluciona el tiempo.
Pero si quiere resolver rápidamente el conflicto tiene dos alternativas. La primera es la receta de un veterano empresario gallego que tenía dos trabajadores valiosos que se odiaban “cordialmente” y su enfrentamiento era una rémora para la compañía. Cómo no quería desprenderse de ellos, los “embarcó” en el coche de un taxista amigo hasta el sur de España y el tratamiento dio el resultado buscado: en ese viaje hablaron como personas civilizadas y al regreso habían puesto fin a sus odios, sus celos y sus luchas por el poder. Se acabó el espectáculo bochornoso de dos dirigentes peleados y la empresa recuperó sinergias
La segunda alternativa es relevarlas de sus cargos. Los expertos en management sostienen que en las empresas y en las instituciones la herida que causa el cese de un mal dirigente suele acabar en hermosa cicatriz en la piel de la estructura de la organización. Si esa herida sigue abierta es un peligroso foco de infección. También en política.

De heridas y cicatrices

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