¿Y ahora qué?

Hemos llegado al final después de largos 98 días de alerta, confinamientos, escaladas y situaciones tremendamente comprometidas para todos por culpa de coronavirus. Hemos llegado al final en el que la ciudadanía dio muestras de solidaridad para mantener el tipo, encerrándose en casa, para conseguir que la expansión de la pandemia no llegará a unos límites más alarmantes de los que hemos tenido que sufrir, siempre en silencio aunque los políticos lo hicieron con muy malos modos, a voz en grito, y utilizando para ello las sedes parlamentarias. Los representantes del pueblo se pasaron por el arco del triunfo la necesaria unidad que se debería plantear en unos momentos en los que los ciudadanos actuamos de forma unida, como una piña, para luchar contra unos elementos, los virus, que estuvieron a punto de vencernos y que nos han dejado un nuevo mundo –yo no creo que más solidario, por desgracia–, si no más desgraciado en el campo de las relaciones personales y en lo económico que tardaremos mucho tiempo en levantar cabeza.

Con la tranquilidad que imponen estos largos tres meses de confinamiento hoy me pregunto: ¿Y ahora qué? Me hago esta pregunta en voz alta puesto que soy de los que creo que la inconsciencia, y la irresponsabilidad que vemos con demasiada frecuencia en nuestra calles nos va a pasar una factura –¡ojalá me equivoque!–, de imprevisibles consecuencias en forma de rebrotes para los que inicialmente, según los políticos que se encargaron de manejar la alerta, estamos preparados… Yo creo que no. Como tampoco estamos preparados para ocupar las calles sin mirar hacia atrás, no sea que nos convirtamos en estatuas de sal, para que en nuestras retinas no se refleje lo mal que los hemos pasado. Porque pasar en verdad que no ha pasado todo el peligro. Está latente y esperando volver a brotar por culpa de nuestros propios errores.

¿Y ahora qué?

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