País de payasos

En mi infancia recuerdo las carpas circenses como épocas de fiestas y diversión. De todo lo que podía seguir en la pista del circo había algo que me privaba y me sigue privando: los payasos. En esa época los que triunfaban eran los hermanos Tonetti que tanta vinculación tuvieron con Ourense a través del padre Silva, mi confesor en el Instituto y creador de la Ciudad de los Muchachos, que tuvo la mejor escuela de circo que hubo en España.
Cataluña ha dado siempre buenos payasos de pista y teatro. El más emblemático y significativo de todos nació en Cubellas, Josep Andreu i Sasserre, al que el mundo conoció como Charlie Rivel. Hijo de español y francesa que compartían pista de circo e inculcaron en su hijo el amor y el respeto por todo el mundo y la gran esperanza que se podía transmitir desde una cara pintada y con una silla en la mano. Hoy en día este gran payaso, que da nombre a escuelas infantiles en Cataluña, lanzaría al aire con toda su fuerza su aullido lastimero, como si fuera un lobo, para mostrar su contrariedad con lo que está pasando en la tierra que le vio nacer. Seguro que Charlie Rivel, que no realizaba actuaciones habladas y que mezclaba mimo con expresiones corporales y sonidos onomatopéyicos, hablaría para decir con toda su fuerza y levantando la silla en la que se apoyaba: ¡Basta ya!
Recuerdo que el padre Silva consiguió que el payaso catalán reconocido en todo el mundo regresase a Madrid, “hace mucho tiempo que no voy por allí” dijo, y actuase durante un tiempo en el Circo de la Ciudad de los Muchachos instalado de forma permanente en la capital de España.
Pero volvamos al mundo de los payasos. Hoy en día la lista de ellos en Cataluña la conforman numerosos políticos que con demasiada frecuencia nos hacen reír y nos dan risa. Ellos son los que integran esa especie que lo único que producen es desazón, malestar y, sobre todo, la ruina de una tierra que ha sido puntera y pionera en todo a nivel del Estado Español.
Sería prolija la lista de los nuevos payasos de la troupe catalana. Si tuviéramos que escoger a uno que permanece diariamente en la gran pista circense de la polémica es sin duda Carles Puigdemont, fugado de la Justicia y que quiere ser presidente de la Generalitat a través del plasma (Sic, risas).
En fin, el amplio mundo de los payasos catalanes de nuevo cuño le otorgaría una gran oportunidad a Federico Fellini para volver a rodar la película Clowns, en la que contó con la participación de Charlie Rivel. Ahora tendría sobrados figurantes entre los políticos catalanes, esos a los que les hubiera gustado ser payasos por un día para ser inmortalizados en el celuloide. Lo cierto es que, sin pintarse la cara, sus interpretaciones, que no producen risa, tienen siempre el mismo diálogo: secesionismo y separatismo. Alguien tendrá que retirar definitivamente la carpa circense para que el espectáculo, ruinoso y malévolo, siga generando funciones encadenadas.
“Yo soy un payaso pero a su lado soy un modesto aprendiz. Por mucho que he trabajado no he conseguido superarles. Sus golferías son espectaculares, han hecho del Parlament un auténtico Teatre Nacional de Catalunya”. La frase es del genial Albert Boadella refiriéndose a los políticos catalanes. Es para hacernos reflexionar.

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