La soledad

Qué duda cabe de que la soledad es una mala compañera. El que la padece, por desgracia, no suele hacer signos externos para que nosotros, los mortales que vivimos en compañía, nos demos cuenta. Sus orígenes son muy diferentes: la propia elección del individuo, el aislamiento impuesto por un determinado sector de la sociedad, una enfermedad (fundamentalmente depresiva), el fallecimiento de un familiar con el que convivía, o unos hábitos sociales que la van generando sin que el interesado se dé cuenta. La soledad, qué duda cabe, va afectando y minando a la persona que la sufre y día tras día le genera un aislamiento muchas veces no deseado. 
Los expertos hablan de dos tipos de soledad: física y mental. La primera suele ser buscada y anhelada por un individuo, y la segunda viene impuesta con grandes dosis de ansiedad, sin que el que la padece se vaya dando cuenta.
Nuestra comunidad autónoma ocupa los primeros lugares donde reside un mayor número de personas mayores. Y una gran mayoría de ellas lo hacen sin compañía y, por desgracia, suelen morir solas. Los medios de comunicación se hacen eco de esos fallecimientos, que por regla general se detectan después de que pasen muchos días sin que una persona determinada no vuela a ser vista por sus vecinos, o porque los caseros se dan cuenta de que les dejó de pagar el alquiler, por lo que se encienden todas las alarmas. 
De los cerca de dos millones de personas mayores de 65 años que viven solas en España más de 125.000 (6,25%) residen en Galicia. Los datos son en verdad muy alarmantes y elocuentes. Y su aumento es significativo años tras año. Se trata de un mal endémico, al que muchos llaman epidemia del presente siglo, que origina que la soledad impregne muchos hogares que, en otros tiempos no tan lejanos, estuvieron llenos de familiares y que ahora nos reportan únicamente a personas solas que merecen mayor atención por parte de los responsables políticos y sociales que se encargan de los que han superado la barrera de la tercera edad.
Muchas de estas personas, según los últimos datos estadísticos que se hicieron públicos por parte del departamento social de la Xunta, viven solas y son autónomas. De todos modos, las referencias con las que se cuenta señalan que cuando se cruza la fina línea roja de la dependencia, muchas de ellas no figuran en esos datos y suelen morir solas sin que una mano amiga le sea tendida. Lo más triste es que a muchos de los que ocupan un obituario en un periódico nadie los echa de menos. Morir en casa y solo se está convirtiendo en algo habitual al que debemos buscar soluciones entre todos. La soledad es la peor de las enfermedades.

 

 

La soledad

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