El pisito

Muchos españoles terminan su vida sin conseguir ser propietarios de un piso. El alquiler es la manera general de disponer de una vivienda en estos momentos en los que la crisis sigue dando sus últimos, pero tremendos, coletazos y las entidades bancarias cada vez cierran más el grifo de los préstamos hipotecarios para los que quieren dejar de pagar un alquiler abusivo y disponer de una vivienda en propiedad.
Recuerdo que, en los años finales de la década de los 50, una película de aquel cine cutre español dejaba bien a las claras el afán de los españoles por poseer un piso propio. El realquilado, las pensiones y las casas de familia que acogían a un huésped eran las formas más habituales de tener algo parecido a un hogar en el que hacer las tres comidas diarias, lavar la ropa, ducharse, guardar las pertenencias, y descansar en una habitación de las denominadas de vecindad o de ambiente familiar.
En esto de poder contar con un lugar en el que descansar y seguir pergeñando actuaciones, siempre vinculadas a la ilegalidad constitucional, Carles Puigdemont es un auténtico afortunado.
Primero fue un hotel, luego una residencia y ahora un chalet en la residencial zona de Waterloo que cuesta la friolera cantidad de más de 4.000 euros al mes. O lo que es lo mismo, el salario de cuatro ingenieros con suerte de ser mileuristas…
Ahora que estamos en la época de Carnaval me gustaría el que el fuera presidente de la Generalitat, prófugo de la Justicia española, se quitase la careta de forma definitiva y se dedicase a hacer cosas coherentes. De sus sandeces, tonterías, maniobras orquestales y, sobre todo, juegos clandestinos, estamos muy cansados.
El mejor pisito para él, donde no tendría que pagar alquiler, es en una de las celdas de cualquiera de las cárceles en las que moran compañeros de ese nefasto viaje del independentismo, la secesión y la república bananera que querían poner en marchas.
Si no tiene nada que ocultar me gustaría que nos dijera de dónde sale tanto dinero para gastar por tierras belgas. El de los amigos como Josep María Matamala, que por el momento no ven soluciones en forma de contratos y demás zarandajas, seguro que se puede acabar en cualquier momento. El que sigue soñando con ser presidente, ahora emérito y en la distancia, es un hombre de buen vivir, que seguro mantendrá su ritmo de cenas con langosta, fiestas con amigos, viajes a la ópera y ese largo etcétera de despilfarros que no se pueden permitir los españoles, esos que él decía que les robaban cuando realmente los ladrones, o presuntos ladrones, están dentro de su partido y formación política, que ahora acaba de ser condenada. A la cabeza de todos ellos la saga de los Pujol ¿Lo recuerda, señor Puigdemont?

El pisito

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