Tapizado, renovación

Construir es relativamente fácil. Pese a todas las dificultades que pueda encarar la obra: carretera, viaducto, ferrocarril, puente, túnel, puerto, aeródromo, estadio, palacio, teatro, edificio público o simple casa de ciudadano normal. Lo difícil de todas estas obras de arquitectura pública o civil son su conservación. Ahí es donde te la juegas y tienes que dar lo mejor de ti mismo para mantenerlas en perfecto estado de revista y utilidad. Me recuerda este enfoque aquella habilidad de los personajes de Thomas Mann en la montaña mágica que aspiraban a curar su tisis envolviéndose en una manta, tendidos sobra camas expuestas en galerías al aire de la sierra suiza. Yo, afortunadamente, no padecí tuberculosis, sin embargo he sido capaz de enrollarme como una croqueta nerviosa con el embozo de la cama. Mis logros han sido posibles gracias a una paciencia infinita y una voluntad férrea. Esa que nuestras autoridades precisan para arreglar el Palacio de la Ópera. Un recinto carismático coruñés u tilizado para mil comparecencias y desarrollo de grandes espectáculos. Al exterior, con zurcidos de tres al cuarto y puntadas de hilo renovador, vamos caminando sosegados y tranquilos. Los inconvenientes aparecen en las butacas, el sitio más definidor porque afectan al público que acude puntualmente a la cita. Un gran auditorio semicircular extendido en grada ascendentes y tapizados por igual los asientos. Todos los asientos están ajados. Necesitan una restauración urgente que mulla y forre con tela la presencia que siempre las ha distinguido como centro colectivo de primer orden. Aunque se nos quede semblante hierático, rigidez china o japonesa, es preciso lanzar un SOS llamando a la cirugía estética para embellecer y rejuvenecer este alma que, desde la cascada en la jamba del acceso, nos convoca con retintín de pabellón cultural...

Tapizado, renovación

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