Sala de espera

Oel cuarto de estar con la coqueta mesa camilla forrada de cretona donde se calceta, juega a la baraja o juegan los niños o la tía Matilde hace crucigramas y sudokus para combatir el amenazante alzheimer. También lugar de cita y presencia íntima cuando la tarde lanza últimos suspiros de luces y el sol reverbera el mar tras decir adiós por el monte de San Pedro. Acá nos mantenemos tranquilos aguardando esa visita insoslayable que hemos ido posponiendo cada doce meses. Pero aquí está. A nuestro lado. En el deterioro físico del cuerpo que no ha dejado de gastarse desde su nacimiento. La cuna al revés como hueco de última morada.
Protestamos en vano. No valen los planes de belleza en siete días. Tampoco la cosmética televisiva sirve al ofrecernos cuerpos diez de jóvenes criaturas que intentan vendernos como si tuviesen más edad. El reto socio cultural “decrepitud” “decadencia” son espadas de Damocles sobre nuestras cabezas. Sin embargo, conviene reflexionar y ver el lado positivo de los deseos razonables. No podemos correr cien metros o levantar gran peso, pero sí tomamos opción a recolectar la abundancia de la vida que hemos ido sembrando día a día. Por eso –si analizamos en profundidad– me atrevo a recomendar un libro reconfortante: “Las puertas de la tarde”, envejecer con esplendor, escrito por Dolores Aleixandre.
Un edificio levantado con sólidos cimientos. Una contracultura amorosa que nos desliga del hedonismo frívolo y actual. Una vejez jubilosa que imparte esplendor en la hierba con temblorosas gotas de rocío mientras la noche llora su “madrugá” porque ha perdido sus estrellas. Por eso el hinduismo entiende que la vida de una persona es un proceso circular, iniciado con el hondo conocimiento de lo divino que renuncia después al mundo para volver a Dios... Recordemos que la vejez no es vejez, sino vida renovada durante más tiempo.

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