EL RADIADOR

Proclamo mi ignorancia supina para resolver un problema doméstico tan delicado como la sustitución de un calefactor averiado por otro nuevo. Primordial operación táctico-militar iniciada a finales de septiembre de 2013 y terminada venturosamente en 2014 (9 de enero). Todo un récord de velocidad, trabajo y feliz resolución. Mi desconcierto plantea, sin embargo, preguntas: ¿cómo existe tanto paro obrero?, ¿qué motivos tiene una empresa para no ser operativa?, ¿si hay demanda, por qué no se atiende y tampoco se contrata a trabajadores? Me pirro por entenderlo. Un camino podría ser consultar la caldera de un alquimista, los oráculos proféticos de las sibilas y al Kalikatres sapientísimo de “La Codorniz” que conocía todos los secretos...
Pese a eso, el misterio continúa inexplicable. No crea el lector en desidia o descuido nuestro. Llamábamos insistentemente para ejecutar la obra cuando la calefacción central no funcionaba y ha sido ahora, durante la campaña invernal –ciclogénesis al canto– con sonrisas sarcásticas de los vecinos en escaleras y ascensores por la ausencia de calor, cuando han respondido. Quizá subyace en tan alambicado problema la piedra filosofal o aquellos nefastos autos de fe y quema de brujas a que tan proclives crespones funerarios era el medievo. Posiblemente el acercamiento a la filosofía cuántica, los descubrimientos científicos, las matemáticas de agárrate y no te menees han propiciado llegar a Einstein y su teoría de la relatividad, hogaño relativa.
Pero es cierto que retirar un radiador y poner otro tiene su arte, como construir las pirámides o la gran muralla. La biblioteca universitaria de Santiago, en mis tiempos de estudiante, lucía una afirmación de Don Quijote: “El principio de la sabiduría es el temor de Dios”. Hoy carece de validez. ¿Cómo vamos a creer en la cuadratura del círculo o que dos más dos suman cinco?

EL RADIADOR

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