O PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES

“Vivimos una sociedad que vende miedo y seguridad al mismo tiempo”. Desde tal premisa, Josep María Miró i Coromina, construye su inquietante drama “O principio de Arquímedes”. Obra estrenada por Teatro do Atlántico en el Rosalía, ciclo principal, dos representaciones con aceptables entradas. Acaso sea obligado sumar al río teatral un delta donde desaguan preguntas. ¿Qué línea roja señala el afecto y la perversión? ¿Dónde radica lo auténtico? ¿Somos esclavos de nuestras flaquezas? ¿Los ajenos prejuzgan sin buscar la verdad? Desgraciadamente hemos arrumbado la ética moral y el desenlace resulta desolador para un mundo que solo busca el carpem diem, olvidando que cada uno es artífice de su estoicismo.
Argumentación sencilla. Esquemática. Viva. Actual. Varios padres de chiquillos que asisten a clases de natación denuncian a la directora del centro el comportamiento de un monitor que ha abrazado y besado a uno de sus discípulos, según testimonia una niña con versión de una malicia que jamás sabemos dónde empieza y dónde termina. Las disculpas y explicaciones del acusado caen en saco roto. Ha sido sentenciado de antemano, incluidos sus colegas. Los insultos paternos y piedras lanzadas por los educandos cierran la oscuridad del debate.
Discreta escenografía. Telón alzado con público en el escenario. No convence la música ni el espacio sonoro –mucho glub, glub acuático y poco profundidad conmovedora– y menos la iluminación estridente que desaparece repentina. Correcta la dirección de Xúlio Lago, al que culpamos, sin embargo, de usar la técnica del escáner –imágenes transversales del tic-tac escénico– con alteración que se repite.
Bien María Barcala en un rol que la descoloca de otros éxitos. Magnífico, brillante, seguro en su oficio de atormentado monitor, Toni Salgado, con su homosexualidad inducida. Correcto Alberto Rolán como envidioso monitor y discreto Marcos Vieítez.

O PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES

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