LA PIEDRA OSCURA

Nuestro Ayuntamiento, a través del ciclo principal dramático que se representa en el hermoso coliseo de Riego de Agua, mantiene fidelidad de unos espectadores que acuden puntualmente a los espectáculos programados. El último, servido por Centro Dramático Nacional Lazona, con “La piedra oscura”, de Alberto Conejero, discretamente dirigida por Pablo Messiez, y premiada por el público con simples aplausos de cortesía. Una obra reducida a una espera angustiosa en un hospital militar de Santander, durante la contienda incivil española 1936-39. Dos hombres comparten habitación. Uno herido como víctima del próximo amanecer y otro como vigilante (en la vida real aprendiz de música de pueblo); contra los muros verdosos rebota al espíritu de Federico García Lorca.
Sin embargo, una cosa son los deseos manifestados por autor y director en el programa de mano y otra, muy distinta, la meta alcanzada por ambos. Demasiado oscurantismo. Excesiva justificación. La moralina a que nos tiene acostumbrados el buenismo. El sigilo de una piedra oscura para salvar documentos y escritos del poeta granadino, que el “condenado” protagonista –Rafael Rodríguez Rapún, secretario de La Barraca y amigo del autor de romancero gitano– quiere confiar a su guardián. Retórica, tópicos, lugares comunes para explicar lo que no se explica. Insinuaciones sin certezas ni remordimientos a cargo de un desgarrado Nacho.
O tras la memoria de tiempo perdido para recuperar la encrucijada actual, merced a un muchacho –Daniel Grao– que se golpea la cara como un poseso al tiempo que resuena una charanga tocando “Soldadito español”. La sacristía y la pandereta, el pan y toros, las guerras habidas y por haber, bombardeos aéreos y tropas italianas... No obstante, falla la intercomunicación entre los actores. Demasiados silencios. Las pausas pueden expresar una sensación, pero no deben sustituirlas cascadas histéricas inaudibles... ¿No podemos dejar en paz a Federico?

LA PIEDRA OSCURA

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