El pelo de la dehesa

Un peliculero botarate y memo integral acaba de recoger en el Festival de San Sebastián del Premio Nacional de Cinematografía. No tendríamos nada que añadir si no fuera porque su conducta rechina menosprecio hacia nuestra patria. Un tipejo madrileño, alimentado a la leche de la ubre nacional, bien podría no largar desvergüenza e improperios. ¡Qué pena que España ganara la guerra de Independencia! ¡Ni cinco minutos me he sentido español! y ser al menos estómago agradecido –¡30.000 euros de mierda!–, que sí se he apresurado a cobrar. Si fuese ideólogo consecuente –hay precedentes de quienes rechazaron el Nobel– no admitiría la recompensa donándola a una ONG o un colegio de huérfanos.
Quizás todo se reduzca a sentirse apátrida inconsciente o amarillento avaro coyuntural, desechando con sus palabras cualquier duda que pudiera sobrevenirnos. Probablemente también complejo de culpa por no alcanzar el listón cinematográfico de Nietzsche al definir los españoles como hombres que amaron demasiado. Memez supina. Silogismos necios. Petulancia de pavo real en el gallinero. Falsa postura intelectual cuando ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo. Seguramente su incapacidad para sus conciudadanos de no darles lo que se perderá cuando a él sobra.
Tan despreciable cineasta aparece definido por Joaquín Bartrina en su “Etnología”: “Oyendo hablar a un hombre, fácil es/ acertar dónde vio la luz del sol;/ Si os alaba a Inglaterra, será inglés; / si os habla mal de Prusia, es un francés,/ y si habla mal de España, un español”. Pese a ello, prefiero bajar el telón recordando los ingredientes de “La lengua”, poema de Unamuno. Espíritu. Patria. Soberanía. Voces de Séneca, Alfonso X el Sabio y Colón al redoblar la Tierra. Cien pueblos  contrarios y distantes. Legión de razas. Lengua que a Cervantes Dios le dio el Evangelio del Quijote. 

El pelo de la dehesa

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