El motor gripado

Había un villancico al que mi padre tenía especial inquina y no dejaba siquiera murmurarlo: “La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va; nosotros nos iremos y no volveremos más”. Identidad propagada. Lo cotidiano que a fuerza de repetirse y, pese a las oscilaciones habidas y por haber, reiteran monólogos machacones y adquieren carta de emigrantes con papeles.
¿Somos peores los hombres de hoy? ¿Las costumbres se han deteriorado tanto? Si buceamos en el “yo”, comprobaremos cuantos tipos abnegados y recios existieron a lo largo de miles de años, sacrificándose por su comunidad como víctima de expiación; pero también, paralelos a los héroes, brotaron mantras de tomo y lomo para hacer la puñeta a los conciudadanos. Así, pasados tiempos de esclavitud –algunos todavía persisten–, siervos de la gleba, poder religioso, nobleza, burgueses, ricachos “de todo para mí y al resto que le den” o políticos prometedores y falsarios incrustados en aquella mujer que quedó silenciosa cuando su hijo con soniquete retintín había preguntado: ¿Mamá, porqué papá mató el pregonero?
Repetimos los versos críticos de Curros sobre Dios y la obra bien hecha, las siete columnas de Wenceslao, los cipreses de Gironella, los santos inocentes de Delibes, las evocaciones de Alonso Quijano (donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación), Cela y su pabellón maldito, taumaturgo Valle-Inclán, Cunqueiro y sus pócimas satánicas, Torrente Ballester y la levitación, Carré Aldao y sus leyendas gallegas… ¿Cómo salta tanta rata irracional? ¿Niños que se masacran con explosivos adosados al cuerpo? ¿Pederastas? ¿Proxenetas? ¿Violencia de género? ¿Drogadictos? ¿Botellón? ¿Paro? ¿Timadores, rateros, individuos que quieren imponerse lavándonos el cerebro?
Posiblemente la combinación de nuestra gasolina moral y el gas ético gripan el motor que no enciende. Faltan valores y tradición. Juego limpio, logos, sentido, propósito y significado...

El motor gripado

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