Mentiras y suciedades

¿Si al dubitativo Hamlet le olía a podrido en Dinamarca, qué habría dicho ante los “efluvios” despedidos por nuestro estercolero nacional? La mendacidad, el engaño, la tropelía se han instalado entre nosotros y ya no sabemos distinguir entre el robo y lo honesto, lo cierto y lo falso... Erasmo aseguraba que una buena parte del arte del bien hablar consiste en mentir con gracia. Sin embargo, acá no propugnamos utilizar semejantes habilidades, antes bien entramos a degüello sobre el antagonista hasta derribarlo.
Los políticos no buscan servir a la comunidad. Ciertos massmedia –periódicos, televisiones, tertulianos, emisoras de radio y plataformas similares– tampoco buscan la verdad que puede hacerles libres, sino el caos anárquico. Calumnia que algo queda. Sorprende que plumas reconocidas fundamenten sus artículos con sofismas, medias verdades y falsedades para reconocer, acto seguido, que tales informaciones habían sido desmentidas y declaradas erróneas. El desaparecido “Pravda” –la verdad– era el periódico oficial de los rogelios. Las mentiras disfrazadas facilitan el rodaje del automóvil hasta que el pinchazo de la rueda demuestra que no se puede engañar a todos todo el tiempo. Somos dados a pontificar y a creernos el ombligo del mundo.
Ortega y Gasset decía que la moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. Nadie da duros a cuatro pesetas. Quien lo dude, pregúnteselo a los preferentistas timados por cuatro charlatanes del parqué financiero. Sócrates se declaraba amigo de Platón, pero  más de la verdad y Rabindranath Tagore insiste en que la mentira es la verdad mal leída y mal acentuada. Lo cierto es que en el país unos chorizos de “agárrate y no te menees”, con la colaboración de unos y el apoyo mediático de otros, chantajean al pueblo agobiado y socavan los pilares democráticos del Estado.

Mentiras y suciedades

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