La frontera

Soy muy escéptico respecto a las estadísticas y sus conclusiones. Ciertamente los números me confunden y he tenido serios problemas con las matemáticas. Advertido esto, también creo que cualquier estadística, por muy fiable que sea, deja muchas incógnitas en el aire. Y no digamos si encima aparece elaborada por esos técnicos que han sido incapaces de prever el tsunami de la crisis económica que se llevó por delante nuestro estado de bienestar. Porque, insisto, al elaborar sus prospecciones y análisis complementarios aplican ratios que no se dan en la vida diaria. En La Coruña, por ejemplo, se consumen mil langosta semanales y como somos un cuarto de millón de vecinos, resultamos a tantos gramos cada uno...; cuando lo cierto es que algunos comerán varias piezas enteras y otros ni las oleremos.  
Esta introducción me sirve como antesala para aludir a nuestra longevidad según la Memoria Socioeconómica y Laboral del Consejo Económico y Social. Aunque la media nacional se sitúa por encima del promedio europeo –79 años para los hombres y 84 para las mujeres– a mí se me hace demasiado breve. Cuando niño, el tiempo permanecía inmóvil. De unas navidades a otras transcurrían varios años. Tampoco se tenía certeza de alcanzar la estación termini y mucho menos el plazo de caducidad del producto.
Hoy ya estoy próximo a rebasar tal frontera y aunque agradezco mi raciocinio y condiciones físicas, no cierto de sentir cierta desazón ante la esperada inesperada que nos lavará como novia caprichosa. Camino de vuelta. Con sonrisas y esperanza. Sin poner mala cara para que los chavales no sufran tristeza ni desánimo al contemplarme. Conviene mirar su lado positivo. Esa balanza de oro donde la Providencia o Zeus arroja los dados. Acaso la Noche, con mayúscula, madre de la muerte, del sueño y de la edad. O las parcas que hilan, devanan y cortan el hilo de la vida.

La frontera

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