Enseñanza y educación

Aprovechando la debacle de la república catalana ideada por cuatro separatistas que creyeron sus propias mentiras, parece llegado el momento oportuno para devolver al Estado sus competencias en enseñanza y educación. No más engaños. Ni posverdades falsas admitidas como verdades indubitadas. Únicamente las personas que han sido bien formadas pueden considerarse libres y felices. Víctor Hugo lo vaticinó con juicio profético: “El porvenir está en manos del maestro de escuela”. Hay que enseñar con libertad crítica y sin adoctrinar voluntades. Los dirigentes soviéticos lo comprendieron muy bien poniendo en los centros de enseñanza, paralelos a los maestros titulares, los maestros analfabetos para vigilar al educador que se apartaba de la doctrina comunista.
Jugamos con bucles de indigencia intelectual y pulcritud didáctica prestos a pisar rayas rojas que nos retorcerán la realidad, porque la ilustración requiere esfuerzo y hoy muchos no están por la labor y esperan el conocimiento como maná caído del cielo. Sin embargo, despertamos de una pesadilla e intentamos recuperar nuestra certeza histórica para confrontar de dónde venimos, dónde estamos y lo que queremos. Sin que ningún aguafiestas nos encandile con la cobra estrellada que baila al son de “los segadores”, disponiendo ilegalidad en la autonomía rota en mil pedazos por un sectarismo fanático.
Si bien es cierto que no es posible organizar el Estado por medio de la educación, también es cierto que no es posible organizar exclusivamente la educación por medio del Estado. Conclusión que confirma el proverbio hindú: “Lo que no se da, se pierde”. Es la ráfaga mencionada por el cineasta Garci para definir la felicidad como estado de ánimo. Una corriente hechizada, en una brisa inexplicable, como, si no se sabe quién, hubiera abierto una de las puertas del Paraíso... Hasta que alguien avisa, como en la bancada del viejo teatro Rosalía, “esa porta”. Y la cierran.

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