Don Quijote, mi polar

Andamos tan desnortados con los huesos de Cervantes, enterrado el 23 de abril de 1616 en el convento madrileño de la Orden Trinitaria, como la plana mayor del Ejecutivo ante el fiasco de las elecciones andaluzas. ¡Allá los peperos y con su pan se lo coman! Yo me inclino por glosar la polar del Quijote universal que abrió todos los caminos. Cervantes es su protagonista o su protagonista es Cervantes conforme el unamunesco personaje de “Niebla”. Confieso que, criado a los pechos del caballero de la triste figura, me desasné leyendo páginas suyas en la escuela, que he mantenido a lo largo de mi existencia como ideal de cordura, conducta y nobleza.
Sobre el taquillón del recibidor de mi hogar se alza con talla en madera, desgarbada y hermosa, un tipo seco, avellanado, antojadizo... como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”, presidiendo una magnífica edición de “El Ingenioso Hidalgo...”, ilustrado por Gustavo Dore, y abrazada por otras dos buenas tallas sedentes del honrado caballero y su escudero Sancho Panza.
Nuestro don Miguel fue Amazonas inconmensurable del castellano –según recuerda Cristina R. Calvo en un estudio publicado por nuestro periódico en 1997– al utilizar 12.372 palabras diferentes mientras un hombre culto hoy conoce entre cinco y siete mil.
Sin embargo, creemos anecdóticas estas consideraciones pues lo valioso radica en el espíritu que lo anima y hace intemporal para que lo gocen mil generaciones. Tal es la correa transmisora del hidalgo seco de carnes. Un  mundo fantástico donde anida lo real con sabios consejos: “No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmalazado”. Finísimo silencio cartujano. Con olor a tomillo y hierbabuena. Idealismo puro.

Don Quijote, mi polar

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