Tras el coraje familiar perdido

En estas estamos. Crecimiento negativo. Ahora que China autoriza a las mujeres a tener más de un hijo, aquí hay menos nacimientos que defunciones. La pirámide de población acorta su base y crece desmesurada por el vértice. Los terrores son palpables, porque amenazan seriamente los niveles alcanzados por nuestra seguridad social y las pensiones se tambalean al aumentar sus receptores –vida más larga y con mejor calidad– y disminuir los ingresos. Acaso todo sea cobardía. No tenemos ni damos coraje como actitud decidida y apasionada por tener hijos y construir familias. No hablo de matrimonios ni ceremonias civiles o religiosas, aludo a la relación de la simple pareja que ni de broma quiere romper el “establismeth” donde está instalada.
Compartir hijos supone un sacrificio de padre y muy señor mío. La llegada de los enanos –procedan de París, los traiga una cigüeña en trance o de un laboratorio por fecundación in vitro– acarrea y multiplica gastos, tareas e incomodidades. Así son pocos quienes se apuntan al sacrificio y aceptan los retos que distinguieran generaciones anteriores prolíficas y comprometidas aunque no tuvieran pan que llevarse a la boca… Nuevos tiempos. Sin pretender hacer un análisis profundo sí me gusta indagar las causas del efecto. Pudiera ser confundir amor con sexo. O, más exactamente, advertir la predisposición genética de la mujer para crear familia y el terror inconsciente del hombre para hacerse cargo de ella. Es el razonamiento del psiquiatra Enrique Rojas con respecto al amor actual: fingiendo amor, el hombre busca sexo; fingiendo sexo, la mujer busca amor.
La madurez como acicate puede deparar la aceptación del uno con la otra. La plenitud femenina se alcanza con la maternidad, si falta deben buscarse otras opciones satisfactorias. Y el “machiño” solo debe “arrejuntarse” si se entrega en cuerpo y espíritu. ¿Eres feliz conmigo?

Tras el coraje familiar perdido

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