La libertad de insultar

¿Se puede insultar libre y gravemente sin motivos ni razón a cualquiera sin que haya ninguna forma de defenderse ni ninguna posibilidad de sancionar esas conductas? El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a España por la pena de cárcel impuesta a dos manifestantes que quemaron una foto del rey en 2007. Es una condena que obliga a revisar las leyes y, desde luego, los criterios de los tribunales y de la fiscalía, que, al parecer, ha ordenado ya que se archiven investigaciones contra un acusado de publicar en Facebook una carta con graves insultos a Felipe VI. Y ha tenido una consecuencia inmediata: los independentistas catalanes están organizando quemas colectivas de fotos del rey en distintos municipios y ERC ha presentado una moción en el Congreso que pretende despenalizar los delitos de a la Corona y de ultraje a la nación. Barra libre.
Es evidente que quienes creemos en la libertad de expresión, un derecho fundamental, estamos dispuestos a defenderla siempre incluso para aquellos que si pudieran acabarían con ella. Pero cualquier derecho tiene límites y están en el respeto a los derechos de los demás. En nuestra sociedad, especialmente en la televisión, se ha creado un clima, en muchos casos de forma intencionada, que prima el insulto, los gritos, el no dejar hablar al contrario, sin que eso tenga consecuencias. Se puede decir cualquier cosa y no pasa nada. En las tribunas políticas, incluso en el Congreso o en el Senado y en los Parlamentos autonómicos, se dicen cosas que ofenden al sentido común y a la verdad, sin que pase nada, y se utilizan descalificaciones groseras que revelan quienes son los que las pronuncian.
Los medios de comunicación y la política tienen un impacto profundo sobre las formas de comportarse de los ciudadanos, especialmente de los más jóvenes. No digo ya las redes sociales. ¿Cómo pedir a los ciudadanos que respeten los derechos de los demás, cómo hablar de diálogo y consenso, si lo que se prima es el insulto, la descalificación, las injurias o la mentira y, además, no puede tener sanción?
Recientemente, en un acto organizado por Jueces para la Democracia sobre los límites a la libertad de expresión, un conocido actor de un más conocido programa de televisión comenzó su intervención reclamando su derecho a “cagarse en Dios”. Al margen de que eso no le hace más inteligente ni más libre, y que ofende innecesariamente los sentimientos de muchos cristianos, ¿sería capaz de hacer lo mismo en su programa hablando de Mahoma? ¿Se puede insultar libremente a cualquiera y dejar al ofendido el simple derecho de cambiar de canal o dejar de leer un periódico? ¿Son equiparables todas las ofensas? ¿Tienen los mismos derechos y merecen el mismo respeto las víctimas de ETA que sus asesinos? ¿Es posible insultar, no criticar, a las instituciones democráticas de una nación, sin ningún reproche social o legal? Necesitamos más humor y menos tensión. Pero hasta el humor tiene que ser inteligente y no zafio, sarcástico e irónico, pero no ofensivo. Creo en una sociedad abierta, libre, tolerante, como lo es la española, pero no en quienes se aprovechan de la libertad para pedir respeto para ellos y no tenerlo con los que ofenden.

La libertad de insultar

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