El derecho a una vida digna

La vida es un bien protegido en la Constitución y un derecho sagrado para quienes profesamos la fe católica. Pero la posición ante este debate que algunos tratan de instalar en la sociedad, exige serenidad y madurez, porque estamos hablando de la eliminación de personas vulnerables o en situaciones especialmente difíciles. El Parlamento catalán, vía ERC, ha traído al Congreso la legalización de la eutanasia y ha contado con el apoyo de todos los grupos menos el PP, que ha votado en contra, y Ciudadanos que se ha abstenido. Es un caso más en el que se aprovecha la fragilidad parlamentaria para proponer asuntos que, por su trascendencia, deberían ser consensuados. Los dos casos recientes del bebe inglés Alfie Evans –desconectado, contra la voluntad de sus padres, de los aparatos que le mantenían vivo y rechazado por los jueces su traslado a un hospital el Roma– y del científico David Goodall, con su suicidio asistido en Suiza, han devuelto a los periódicos y las televisiones este debate y han dado alas a los grupos que la defienden. Sería grave que la fragilidad parlamentaria ayudara a tomar una decisión tan trascendente, sin consenso y sin un debate social serio y reflexivo.
Ni es un derecho reconocido en casi ningún país ni existe en España una demanda social de regulación de la eutanasia. Y, además, no solo tenemos muchos problemas más urgentes, sino que tenemos una carencia, relacionada con ese derecho a morir con dignidad, sobre el que sí deberían actuar nuestros políticos: el derecho a vivir con dignidad los últimos momentos de nuestra vida. Y eso exige la existencia de cuidados paliativos en los hospitales y en los hogares no solo para los enfermos terminales sino también para los crónicos. Hay que evitar el dolor a estos pacientes, y en la mayoría de los casos, se puede. Hay que ayudar a sus familias a que puedan hacer frente a esos duros momentos. Hay que dotar presupuestariamente los medios necesarios para que en todos los hospitales haya una Unidad de Cuidados Paliativos que permita tratar a los enfermos terminales con dignidad. Hay que impedir el encarnizamiento terapéutico y que no se prolonguen las vidas artificialmente cuando no hay otra posibilidad. Hay medios para ello, como la sedación, que se emplean con normalidad. Pero mientras todos los enfermos no tengan acceso a los cuidados paliativos, hablar de eutanasia es consagrar la cultura de la muerte frente a la de la vida.
Hay que contar con los médicos que luchan para salvar vidas en el ejercicio de su deontología profesional. Hay que preguntarles si están dispuestos a cambiar esa función por la de acabar con la vida de los pacientes. Hay que preguntarles cuál es la realidad. El doctor Rafael Mata, presidente de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, dice que cuando un enfermo ingresa en la Unidad de Cuidados Paliativos afirma que quiere morir, pero que cuando es tratado adecuadamente, quiere dejar de sufrir y seguir viviendo. Y en muchísimos casos, lo que viven, además, es una situación de soledad y desamparo. Yo no querría poner en manos de un Estado mi derecho a la vida. Hay ya una Ley de Autonomía del Paciente y en muchas autonomías está regulado el derecho a una muerte digna. Apostemos por una vida digna para todos.

El derecho a una vida digna

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