Sin demagogia ni hipocresía

Cuanta más riqueza material tenemos, más se multiplica nuestro egoísmo, decía en Madrid el expresidente de Uruguay, José Mujica, al recoger el Premio Abogados de Atocha, concedido hace unos meses. Respondía a una pregunta sobre la crisis migratoria que sufren Europa y España, y que España y Europa afrontan con una ceguera y una cortedad de miras absolutamente lamentables. Los últimos episodios en la frontera de Ceuta han sido respondidos por el Gobierno con medidas que ellos mismos hubieran condenado si las hubiera tomado el anterior Gobierno del PP. Y, sobre todo, renunciando a sus principios, a la coherencia y a la solidaridad. El mismo Gobierno que tuvo el gesto de acoger al “Aquarius” y se apuntó el tanto frente a la Europa xenófoba y reaccionaria, el que luego rebajó su progresismo al poner trabas a otro barco de iguales características, el que anunció que quitaría las concertinas y luego rectificó, ha devuelto sin garantías, sin derechos y con alevosía a 116 inmigrantes que cruzaron la verja de forma violenta. Si lo ha hecho por la violencia utilizada por estos, también debería haberlo hecho con los 600 que lo hicieron hace unos meses. El problema no es solo la decisión, sino el discurso.
Detrás hay mucho más. El “efecto llamada” de las primeras decisiones de Pedro Sánchez; el cierre de fronteras y la dureza de los gobernantes italianos, hartos de luchar solos contra el problema y con unos dirigentes xenófobos; el hecho de que España se haya convertido desde junio en la primera vía de entrada al continente; y la carencia de una política europea común ante este problema. Hasta ahora lo han tratado de solucionar con dinero, pagando a los países limítrofes para que contuvieran en sus fronteras a los migrantes. Ninguna solución de fondo, ningún plan de inversión profundo en los países de origen, ninguna batalla abierta contra las mafias. Pero esos mismos países-barrera administran los flujos según les interesa. Cuando toca “sacar más”, abren la mano; cuando reciben más dinero, la cierran. En todo caso tienen un polvorín en sus fronteras.
Un acuerdo de hace veintiséis años para otros fines y, al parecer, 130 millones de euros, con el beneplácito de Alemania, han convencido a Marruecos, para recoger sin traba alguna a esos 116 migrantes expulsados por España y, al mismo tiempo, lanzar el mensaje de que no todos los que entren se quedarán. No han sido devoluciones “en caliente”, que el PSOE nunca aceptó. Han sido devoluciones “hirviendo”.
España y Europa están fracasando en el problema de la inmigración. Decía José Mujica que “España ‘vomitó’ a México un millón de españoles en pocos años y que México que no era un país rico, les acogió con los brazos abiertos. Y Argentina y Uruguay y tantos otros... España e Italia no pueden olvidarse tan rápido del pasado y de lo que nos mandaron allí. Y, piénsenlo, hagan lo que hagan, terminó Mujica, Europa acabará ‘café con leche”. Volverán a intentar saltar la valla o se arriesgarán a morir en el Mediterráneo. Cruzarán miles de kilómetros, con el riesgo de ser robados, violados o asesinados, pero no cejarán porque huyen de la miseria y de la desesperación. Y Europa puede cerrar las puertas y los ojos, pero así nunca acabará con el problema.  
 

Sin demagogia ni hipocresía

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