Lo que no puede ser un país es un desbarajuste

asta el 27 de agosto se ha pospuesto un encuentro entre los responsables máximos de educación y sanidad para ver qué diablos hacen con el retorno a la escuela. Mientras, millones de españoles se preguntan qué harán con sus hijos dentro de dos semanas. No me diga usted que un tema que tiene tantas repercusiones familiares, laborales y educativas, no se podría haber abordado antes. La ministra Celáa anda como desaparecida, lo cual es apenas una muestra del desbarajuste en el que se ha convertido este país nuestro.
Desbarajuste, sí, y no solamente, claro, en el capítulo de la educación. Cada presidente autonómico lucha por su cuenta contra los rebrotes del virus maligno, mientras unos se acusan a los otros por lo que hacen o no hacen y todos miran de reojo al Gobierno central. Pero el Gobierno anda como desaparecido: se acabaron las conferencias de prensa triunfales del presidente, que no sabe cómo hacer olvidar aquel victorioso ‘hemos vencido al virus’ del 5 de julio, sin que el portavoz de Sanidad, con la credibilidad del todo perdida, le desautorizase.
No crea usted que esto es una enmienda a la totalidad, pero lo cierto es que el Gobierno, así, no funciona. No me parece de recibo que tanto Sánchez como la vicepresidenta Calvo y la portavoz Montero insistan en que la coalición está cohesionada y completará, tal cual, la Legislatura. Incluso en materia de política exterior se evidencian ya claras disfunciones y, así, recientemente el Partido Comunista de España, que está en la coalición, lanzaba un comunicado apoyando al tirano Lukashenko, mientras el presidente del Gobierno denunciaba el último pucherazo electoral del bielorruso. Falta claridad en la actuación de la Fiscalía, un grave error imputable directamente a Sánchez. Y sobran ataques desde el Ejecutivo a los jueces. Para no hablar de la cada vez más escandalosa desconexión de unos y otros ministros en el tema de la forma del Estado.
No voy a culpar a las limitaciones e incapacidades derivadas de la pandemia de este estado de nacional-desbarajuste; ni siquiera voy a culpar en exclusiva al Gobierno, que lleva siete meses de caminar errático, lejos del programa que se había trazado y de la firmeza necesaria para hacer cumplir sus propias directrices, por ejemplo en materia sanitaria: ahí están, impunes, esas manifestaciones anti-mascarillas, esos escraches contra un vicepresidente, por más polémico que sea.
También el principal partido de la oposición, que ha comenzado una cierta reconstrucción interna, ha dado demasiadas vueltas sin trazarse una línea definida para defender al Estado, incluyendo los retos del separatismo catalán. No: el mal funcionamiento de las instituciones, la descoordinación de las autonomías, la falta de una legislación que defienda al Estado y la antigüedad de algunas leyes (quizá de la propia Constitución en algunos puntos) ya estaban ahí antes de la pandemia, incluso antes de este Gobierno de extraña coalición. También antes, claro, de todo lo que hemos ido conociendo sobre las actividades del anterior jefe del Estado.
Pero tanto la pandemia como la duplicidad de criterios básicos en un mismo Ejecutivo han servido para exacerbar las contradicciones e insuficiencias generadas durante muchos años de perezas, temores y falta de ideas de muchos gobiernos. Ahora, todo ha estallado en pedazos y estamos, en pleno desbarajuste, ante la inminencia de una tormenta perfecta, que llegará a nuestras playas dentro de apenas dos semanas. Que ya está, en realidad, llegando a nuestras orillas, sin que nadie, ojalá me equivoque, parezca ser capaz de remediarlo.

Lo que no puede ser un país es un desbarajuste

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