El problema son ellos; o sea, nosotros

¿Cuál es el principal problema de España? Acumulamos bastantes respuestas posibles, para qué nos vamos a engañar. Claro que una cosa es lo que dicen las encuestas oficiales, otra quizá la que decimos los columnistas y una, muy diferente, la realidad que se percibe en las calles, cada vez más desiertas. Pero si usted atiende a lo que se escucha y hasta lo que se detecta en las consultas a la opinión pública, verá que el principal problema son ‘ellos’. O sea  nosotros mismos, país que, como decía Bismarck, somos el más fuerte del mundo, porque llevamos siglos empeñados en destruirnos y no lo hemos conseguido. Hasta ahora, al menos.
Leo un luminoso artículo de Ignacio Varela en el que acierta, ahora al denunciar cómo el CIS, en su última encuesta, oculta que la preocupación número uno de los españoles es la escasa calidad de esta (mal) llamada ‘clase política. Tradicionalmente, el CIS incluye en su cuestionario una explicitación de los principales problemas a juicio de los encuestados. En este sondeo, el coronavirus, la crisis económica y el paro ocupan los tres primeros lugares. Sin embargo, si usted agrupa los once apartados en los que se ha dispersado la cuestión que a continuación detallo, comprobará que el primer problema, en realidad, para un 40% de los españoles tiene que ver con ‘el mal comportamiento de los políticos’, ‘los problemas políticos en general’, ‘la falta de acuerdos y de unidad’, ‘la inestabilidad política’, ‘lo que hacen los partidos políticos’, y así varios más. Todos estos temas suman un 39% si se pregunta cuál es la primera fuente de inquietud, y hasta un 71% si se quiere saber cuál es uno de los tres primeros problemas a juicio del interrogado.
No me resulta nada extraño, desde luego. Una primera fuente de desconfianza del representado hacia su representante reside cuando tiene que poner en tela de juicio hasta los trabajos demoscópicos que encargan los segundos para tratar de edulcorar la verdad. La falta de transparencia con la que se administra el poder, que abarca también, claro, a la libertad de expresión, tan disminuida, alcanza cotas inusuales desde que yo tengo memoria política en la democracia.
Ni tampoco me extraña que en Europa estén analizando esta democracia nuestra con lupa, mientras algunos importantes medios de países cercanos empiezan a señalarnos con el dedo como presunto ‘Estado fallido’’. Y hasta parece lógico que esto sea así cuando desde algunos medios nacionales también se juega a la confrontación, tan presente en el Parlamento, en los parlamentos: tuve una discusión televisiva con un querido compañero que diagnosticaba que España se encuentra en una suerte de ‘guerra civil fría’, es decir, sin pistolas, pero con tensión y crispación. Y no, las alusiones a cualquier tipo de guerracivilismo, por muy frío que sea, creo que están de sobra. Creo que una buena dosis de mesura resulta hoy más que nunca aconsejable.
El país está sobrecogido, con la sombra de ‘otro 1898’ planeando sobre nuestras cabezas. Mala política llevar las diferencias, aunque sean tan severas como el absolutamente innecesario proyecto de reformar ‘desde arriba’ el poder judicial, hasta las instancias europeas. Hay miembros de la UE que quizá entienden que dejar caer a España sería suicida para la Unión; otros, en cambio, parecen empeñados en castigarnos y aprovechan cualquier pretexto. ¿A qué darles argumentos? Pues eso: que si usted estudia las tripas del último barómetro del CIS percibirá que el problema, en verdad, son ellos. O sea, nosotros, que hemos elegido que ellos nos representen.

El problema son ellos; o sea, nosotros

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