La popularidad de Felipe VI

Me dicen que en pocas horas conoceremos los resultados de un sondeo en el que se pregunta a los españoles acerca de su valoración de la Monarquía. Y me cuentan que, en la última semana, y tras la marcha de Juan Carlos I al extranjero, la popularidad de Felipe VI ha aumentado, siendo, desde luego, superior a la de cualquiera de los dirigentes políticos del país. No me parece, empero, suficiente: los españoles no son monárquicos de una manera abrumadoramente mayoritaria, pero tampoco republicanos. Es cierto, sin embargo, que el arraigo de la Monarquía disminuye entre los jóvenes. El Rey actual sabe, y así lo ha dicho, creo, en conversaciones privadas, que el trono es un puesto de trabajo que hay que ganarse día a día. Y ahora son muchas las amenazas que se ciernen sobre la Corona.

He definido alguna vez como un error la marcha del llamado emérito. Se ha presentado casi como una fuga, con nocturnidad, y se sigue manteniendo un silencio cuando menos extraño acerca de su paradero. El aumento en la popularidad de Felipe VI no creo que se derive de esta decisión, tan polémica, ni de los silencios del Rey, que empiezan a ser atronadores. Me parece que los españoles valoran las indudables cualidades de honradez y rectitud del hombre que ejerce la jefatura del Estado y comprenden el sufrimiento personal que, por varias razones, comenzando por las familiares, padece. Pero me temo que eso no basta.

Una parte del Gobierno, la que representa el ahora silente Pablo Iglesias, que está como desaparecido ante el chaparrón mediático-judicial que le está cayendo, está convencida de que su decaído prestigio solo se puede recuperar con apelaciones a los sentimientos republicanos de sectores jóvenes y con sensibilidad de izquierda de la población. Por eso, a la vuelta de las vacaciones asistiremos a un conjunto de iniciativas parlamentarias que irán desde presentar una proposición de ley despenalizando los insultos al Rey hasta proponer la creación de una comisión parlamentaria para “investigar a la Monarquía”, yendo más allá de la persona de Juan Carlos I.

No cabe minimizar tales intentos, por mucho que no vayan a prosperar. No se trata solamente de una idea de Podemos, que, recordemos, es socio del PSOE en el Gobierno de coalición que acaba de cumplir siete meses de vida llenos de altibajos. Una parte significativa del Congreso, representada por las fuerzas separatistas, secundará cualquier proyecto que debilite la actual forma del Estado. Y hoy la verdad es que la estabilidad de la Constitución monárquica depende exclusivamente del apoyo de los socialistas en general y de Pedro Sánchez, que convive con extraños compañeros de cama en su Gobierno, muy en particular.

Sánchez sabe que necesita esa estabilidad del sistema para garantizarse su propia estabilidad en La Moncloa; él mismo ha dicho que la causa monárquica no puede estar respaldada exclusivamente “por la derecha”. Y menos aún, añado yo, por algunos grupos de reciente creación e ideología creo que extremada que nacen con la voluntad de respaldar, desde posiciones más papistas que el Papa, a la Corona.

Creo que la mejor defensa del Rey le corresponde al Rey mismo. Algunas veces he dicho que quizá la comunicación de La Zarzuela, empeñada en silencios inconvenientes aparentando una normalidad que no existe, está fallando. Algo hay que corregir para garantizar la máxima solidez de la principal institución de España. Que, recordemos, es un Reino, y así, en mi opinión, conviene que siga siendo. No estamos ahora precisamente para experimentos, ni siquiera con gaseosa.

La popularidad de Felipe VI

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