Mensaje de Navidad a 500 millones de reclusos

La realidad es, claro, tan dura y a la vez tan líquida que la vista no nos alcanza más allá casi del propio ombligo a la hora de evaluar dónde estamos, quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos los cuarenta y siete millones de habitantes de la piel de toro. Esta Navidad, que es la más desconcertante de nuestras vidas, nos debe impulsar a mirar algo más fuera de nuestras fronteras. Porque resulta que estas fiestas nos están dejando, solo en Europa, quinientos millones de presos. Nunca, desde las dos temibles guerras mundiales, el Viejo Continente sufrió tal cierre de fronteras,. Nunca estuvo el Continente tan “aislado”.

Miro las pavorosas colas de camiones estancados en Gran Bretaña y pienso en la terrible Nochebuena de miles de personas allí atrapadas. Gracias a la pandemia, sí, pero también a la irracional política que ha cortado los lazos de la ‘pérfida Albion’ con el resto de los europeos. Creo que el Rey, en su mensaje en la noche de este jueves, bien haría en enviar también un recuerdo a los españoles que este año, maldito por tantas razones, no podrán estar ni siquiera con sus familiares más cercanos compartiendo la noche más mágica y por ello, hoy, más triste.

Claro que entiendo que Felipe VI tendrá esta noche otros temas más acuciantes que tratar -o que obviar_y no voy a insistir en la temática que estos días ha llenado los titulares de los medios de comunicación españoles y a la que ya nos hemos referido con abundancia. Lo que quiero decir es que me parece lógica la preocupación que los ciudadanos de este país sentimos ante las mutaciones que se nos imponen, desde la educación  hasta las costumbres sociales, desde el recuerdo histórico al análisis del presente preocupante.

Pero de ninguna manera podemos dejar de mirar al entorno de más allá de los Pirineos, de Algeciras o del Cabo Finisterre: formamos parte de un mundo que ahora está aislado de sí mismo. En el que los viajes desde Europa hacia los Estados Unidos o América Latina, o entre los propios Estados europeos, se han convertido casi en una épica de Marco Polo. Incluso viajar de una provincia a otra en España es casi una aventura en estas ‘diecisiete navidades’ que nos han sido impuestas desde el caos.

No hemos retrocedido años solamente en nuestra política nacional, lo cual resulta obvio; es que el mundo está reculando casi un siglo. Cuando se pierde el contacto físico, el mirarse cara a cara, la relación personal, se ha perdido casi todo. Los egoísmos del ‘sálvese quien pueda’, los nacionalismos autoconfinados, el miedo, reemplazan al altruismo, a la generosidad, incluso a la beneficencia. Y uno tiende a pensar en ello con tristeza, enfrentado a esta noche sin precedentes en la que quinientos millones de europeos, muchos más americanos o miles de millones de asiáticos, permaneceremos como encarcelados en nuestras casas, con una copa en la mano sin saber muy bien por qué o quién debemos brindar en espera de un mundo nuevo, mejor, que no avizoramos más allá de las esperanzas en una vacuna. Pero, como bien y con razón han dicho tantos, esa vacuna no lo es todo: el virus ha dejado al descubierto muchas flaquezas y miserias que no se curan con una simple inyección.

Mensaje de Navidad a 500 millones de reclusos

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