La hora loca que desató las tormentas de agosto

El viernes, antes de las diez de la mañana, cuando millones de españoles preparaban su salida hacia las vacaciones más inciertas de sus vidas, ocurrieron de golpe las siguientes cosas: Primero, se conoció que España va a ostentar el récord europeo del desplome económico causado por el coronavirus. Por cierto, también ostenta el récord, quizá mundial, de nuevos contagios. A esa misma hora, se esperaba la inauguración oficial por el Rey de la Conferencia de Presidentes Autonómicos, con las ausencias de Torra y Urkullu. Pero, inesperadamente, llegó la noticia de que el lehendakari había negociado bilateralmente con el Gobierno central su asistencia a la ‘cumbre’ de San Millán de la Cogolla. Y eso desató una tormenta que, seguramente, va a ser la menor de las tormentas en el agosto más atípico que hemos conocido.

El resultado de la Conferencia de Presidentes Autonómicos me dejó personalmente frío. No entiendo por qué critican los demás presidentes que Urkullu haya pretendido, y logrado, negociar bilateralmente con Sánchez, cuando se constató que la principal preocupación de todos ellos consistía en saber cuánta parte de esos 140.000 millones que traerá Europa va a ir a parar a ‘su’ autonomía. No hay, contra lo que Sánchez y la UE proponen, un proyecto general, una idea de nación. Y cambiar la mentalidad de terruño por una aspiración de reconstrucción nacional va a ser muy difícil.

Se demuestra una vez más que el territorial es el principal problema de España, y mucho más en tiempo de vacas tan flacas como las que llegan para embestirnos. Ya no es solamente la cuestión vasca o la catalana, es que la construcción de un país más democrático, más moderno, más igualitario, sigue siendo un asunto pendiente, si se lo compara con los intereses locales de cada una de las autonomías.
Algo sigue fallando en el Estado autonómico, desde la financiación hasta el concepto de solidaridad. Simplemente, el encaje del territorio sigue sin cerrarse. Con su negociación con la Hacienda central, Urkullu hizo lo que siempre ha hecho el PNV, que no disimula su desinterés por la marcha de España como nación: actuar en beneficio propio aprovechando su ya privilegiado estatus con el concierto.

Pero, al tiempo, cierto es que el lehendakari al menos se integró en los trabajos comunes de San Millán, y que nos ha hecho saber cómo trató de negociar con el entonces president Puigdemont para que este no cometiera la locura que finalmente cometió: declarar la independencia de los cincuenta segundos de duración en lugar de convocar, como le instaba a hacer, elecciones. Y, desde entonces (tres años se cumplirán en octubre), el caos.

Creo, sinceramente, que Sánchez tiene buena voluntad para encarrilar este enorme problema territorial que, desde luego, no ha creado este Gobierno, ni lo creó el anterior, ni el anterior.

El Título de las Autonomías (VIII) en la Constitución debería haberse modificado hace tiempo, actualizándolo a las nuevas circunstancias. La pereza y falta de ideas tradicionales en nuestros gobernantes desdeñó entonces una reforma constitucional que ahora, en estos tiempos de acoso a la forma del Estado –esa es otra cuestión que provocará chispas este agosto--, resultaría muy peligrosa.
Eso hace que el Ejecutivo, que debería remodelarse para los retos que vienen, tenga que hilar especialmente fino ante el delicadísimo otoño que nos llega. Y los gobiernos autonómicos, todos ellos, lo mismo: ahora, más que nunca, la coordinación, y no el ‘qué hay de lo mío’, es imprescindible.

La hora loca que desató las tormentas de agosto

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