El himno a la tristeza

Ignoro si ‘llevarse’ al Rey a Barcelona para que esté presente en un acto de segunda división junto al presidente del Gobierno es un truco más de ilusionista mago de la imagen o un intento de sacar la pata que ese mismo ilusionista metió cuando recientemente vetó la presencia de ese mismo rey en esa misma Barcelona, en una ceremonia de mucho mayor fuste que la de hoy, por cierto. El caso es que Pedro Sánchez, el hombre que llegó precedido por el pianista, sigue, entre unas cosas y otras, ocupando todo el abundante espacio que le dejan las torpezas y andanzas judiciales de su socio y el empeño de la oposición en seguir absorta en el dedo que señala a la luna desdeñando mirar a la propia luna.

He dejado transcurrir unas horas antes de comentar la comparecencia telemática del presidente ante los embajadores de la UE, los interlocutores sociales y los telespectadores para presentar su famoso plan de Recuperación, resiliencia, resistencia, renuencia o como quiera que haya dado en llamarse técnicamente. Es ilusionista es casi un hombre omnipresente, al que se podrá acusar de muchas cosas, pero no de estar inmóvil a la espera de los acontecimientos: más bien, los provoca. Y, si no, mírese a la ceremonia de este mismo viernes en Barcelona, ya digo.

Mi análisis concluye que, con excepción de quienes se alinean decididamente en tesis contrarias pase lo que pase y haga el ilusionista lo que haga, la acogida a este acto protocolario en el que Sánchez trató de convencer a Europa y, de paso, convencernos a los españoles, de que es capaz de aprovechar la crisis de la pandemia para modernizar y mejorar el país, fue más bien positiva que negativa. Puede que sea un castillo en el aire, vender humo y falsas esperanzas, pero al menos hay un castillo virtual, humo que evidencia la existencia de alguna fogata y esperanzas en el firmamento.

Hacer sonar el ‘Himno a la alegría’, interpretado por el ‘pianista de cámara’, y hacerlo sonar como apertura de un acto en el que se trataba de sacudir la tristeza de la ciudadanía ante la que le ha caído encima, puede parecer algo cursi y rebuscado, pero razonable. Sabe el ‘otro ilusionista’ Iván Redondo, que supongo que estuvo tras el montaje del jueves en La Moncloa, que conviene eso: que el personal se absorba en el dedo del virtuoso y olvide fijarse en que al piano le faltan algunas teclas. O sea, que las críticas se centren en la ‘frivolidad’ de llevarse a un pianista que interprete el ‘himno de Europa’ y no en los presuntos huecos del plan RRR. Conste que no seré yo quien lapide a Sánchez-Redondo por esto, aunque sí creo que hay que intensificar las críticas por muchas otras cosas: en política, las formas son tan importantes como el fondo y, a veces, temo que conviene el ‘panem et circenses’, cuando la desesperación sobrevenida está a punto de ahogar al ciudadano. Lo malo es cuando, a falta de pan, todo se centra en el circo, en los payasos, enanos, domadores y leones. O sea, que lo malo es cuando solo se gobierna a golpe de imagen, retrasando decisiones clave, como dar participación en la gobernanza a la ‘otra España’ o deshacerse de socios de gobierno tan pegajosos como ese vicepresidente que, ahora también en el plano judicial, se han convertido en un problema cada día más evidente.

Claro que, a base de posponer las verdaderas soluciones de fondo, aumentará el escepticismo de las buenas gentes y todo se hará, por tanto, más ingobernable. El ruido no puede ocultar eternamente al silencio producido por la nada. Y, entonces, el ‘himno a la alegría’, versión James Rhodes, se convertirá en un himno a la tristeza que se va apoderando del ambiente.

El himno a la tristeza

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