Saber quejarse

Cada vez que alguien se queja de lo mal que van las cosas en la política me vienen a la memoria casos de fiascos con mayor o menor repercusión social que fueron provocados por el absentismo o el pasotismo de algunos ciudadanos ante los procesos electorales.
Bastaría con evocar el reciente triunfo del referéndum sobre el “Brexit” que apareja la salida de Gran Bretaña de la Unión Euopea. Un resultado en el que fue determinante la ausencia de electores de edades comprendidas entre los 18 y los 30 años. Los jóvenes, el segmento de la población británica al que más afectará el abandono de la UE dejaron la decisión sobre su futuro en manos de sus compatriotas de más edad, ciudadanos con más pasado que porvenir. En Francia y en otro contexto, está a punto de producirse un fenómeno del que pueden derivarse consecuencias parecidas para el futuro de la UE. Dentro de una semana tendrá lugar la primera cita de las elecciones presidenciales. Hay cuatro candidatos con posibilidades de pasar a la segunda vuelta pero los dos que van en cabeza, Macron y Le Pen, parecen los señalados.
Al decir de los sondeos hay una expectativa de voto joven de “castigo” que en la primera vuelta podría beneficiar a la candidata de la extrema derecha. Como expresión de protesta; como manifestación de hartazgo de la política y de los políticos. Sí así fuera, Marine Le Pen podría pasar a la segunda vuelta en mejores condiciones para hacerse con las llaves del Elíseo.Según leo estos días, en París, los politólogos confían en que satisfechos con el aldabonazo, los jóvenes en la segunda vuelta, retirarían el apoyo a Le Pen optando por el otro candidato que quedara en la liza que todo indica que podría ser Emmanuel Macron.
Puede que así suceda, pero hay un riesgo latente en todo este proceso sabido que si llegara a triunfar la señora Le Pen una de sus primeras medidas sería retirar a Francia de la Unión Europea. Una salida que dejaría herida de muerte a la Unión. Confiemos en que los jóvenes franceses sean más responsables que sus colegas británicos. Ya lo decía Homero: es fácil quejarse, pero quejarse cuando hay que quejarse y saber cómo hay que quejarse, no es tan fácil.

Saber quejarse

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