La política como negocio

Visto el panorama político catalán es difícil sustraerse a la melancolía. Poco o nada queda del famoso “seny” que era tenido por seña de identidad de la forma propia de ser de las gentes del país. Abducidos por la pasión que a tantos reclutó para la aventura independentista, es la “rauxa” –el arrebato, el furor– el dios menor que parece haberse hecho con el timón de la política. 
En vísperas de que Artur Mas y dos de sus consejeras se sienten en el banquillo acusados de varios delitos relacionados con la convocatoria y organización del “referéndum de cartón” del 9-N, son varios los miles de ciudadanos que dicen estar dispuestos a manifestarse frente a la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Si la concentración se lleva a término estaríamos ante un supuesto de coacción a los jueces. Hecho inadmisible en un Estado de Derecho.
Los dirigentes políticos de la antigua Convergencia se envuelven en la bandera para intentar tapar sus responsabilidades penales. Mas era presidente de la Generalitat cuando amparó el referéndum, pero también era el líder de Convergencia, la formación disuelta para ocultar la conexión con la financiación irregular. El famoso 3% que señaló Maragall aludiendo a la “mordida” que cobraba. El mismo entramado cuya investigación judicial culminó esta semana con 18 detenciones. Los ciudadanos a quienes se manipula creen actuar por sí mismos, pero en realidad secundan el programa de quienes detentan el poder. Son utilizados por los mismos que durante años han hecho de la política un gran negocio. 

La política como negocio

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