¿Dónde vas triste de ti?

En enero ese señor que todavía está al frente del Gobierno podía haberse callado y estaría más guapo. En dicho mes, dijo, refiriéndose a la infanta Cristina y a su futuro, que a la dama todo “le iba bien”, que “estaba convencido de su inocencia” y que, como iba a quedar impoluta, no tenía por qué renunciar a sus derechos dinásticos.
Este vidente se llama Mariano Rajoy, O sea, que si les recomienda un décimo de lotería que acabe en cero, no duden y compren uno que termine en nueve. ¡Menudo lince que está hecho don Mariano! Han pasado cinco meses y tras el desgaste del entonces rey Juan Carlos I, de las cuchufletas del abogado Miguel Roca y del empecinamiento de la cúpula pepera, hete aquí que todos han quedado con el trasero a la luna de Valencia. La línea de defensa de la infanta fue cuando menos ridícula: que si es tontita, que si es simple, que si está enamorada, que si ella no sabía nada de lo que pasaba en su casa, etc. Vamos, que para tapar los deslices de Cristina se la quería hacer pasar poco menos que por imbécil.
El juez Castro estuvo solo ante el peligro. La Moncloa, belicosa. La Zarzuela, mirando para Burgos y hasta se llegó a alabar en nota oficial la actuación del fiscal Horrach, que era la preconizada por el Gobierno. Pero ya no está Juan Carlos I, ya es rey Felipe VI y había que escuchar y leer el discurso con que el nuevo rey abrió su proclamación, prometiendo observar una conducta “integra, honesta y transparente” y respetar escrupulosamente “la independencia judicial”. O sea, que nada de salvar del banquillo a su hermana a costa de lo que sea. Nada de causar un descrédito a la Corona. Pues la clase política tiene que respaldar la postura del rey. Y ante el nuevo rey y sus ideales ha de bajar la cabeza Rajoy, que perdió una ocasión maravillosa de quedarse callado porque por la boca muere el pez. Otra cosa distinta es que Mariano hubiese deseado mejor suerte para la infanta, pero los hechos son los que son y los ciudadanos comienzan a recuperar su fe en la Justicia gracias a un hombre que se viste por los pies: el juez Castro.

¿Dónde vas triste de ti?

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