UN ALCALDE DE PESO

Todos los alcaldes que se precien aspiran a tener un peso específico en la vida ciudadana de las villas y capitales que rigen. El de La Coruña no debería ser menos, a pesar de su manifiesta dependencia política e ideológica del “sargento” Núñez Feiojóo, clamorosamente inclinado hacia Santiago.
Pero para que ese peso que reclamamos –y no en lo físico, por supuesto– para el señor Negreira se convierta en feliz realidad, hoy le reclamamos acoja en su amplio seno dos temitas de “andar por casa”, a saber: Bicicletas y porquería. Y nos explicamos.
En el tema bicicletas, queremos saber, de una vez por todas, si semejantes adminículos tienen patente de corso para circular a sus anchas por las aceras coruñesas. Si la tienen, nos la envainamos y a otra cosa, mariposa. Pero si no la tienen, el alcalde Negreira ha de meter mano, pie y todo lo que sea necesario para evitar la plaga de ciclistas que circulan por las aceras de Marineda, atropellando a ancianos, machacando niños, sorteando adultos y contando con la aquiescencia tácita de de un Negreira que ocupa más tiempo en sonreír que en actuar.
Es La Coruña de las pocas ciudades de España donde el imperio de la “bici” hace un auténtico “campo de agramante” de las aceras herculinas. ¡¡Ya basta, Negreira!!
Como ya basta de admitir porquería –léase, mierda– en el lienzo de muralla protegida por cristal que campa por sus basuras delante de la casa del llorado alcalde Alfonso Molina. Se realizó la instalación para gusto y donaire de los turistas, pero la cristalera “amasa” más mierda que el palo de un gallinero.
Que diría un periodista holandés que veranea en La Coruña. “Si esto ocurre en Amsterdam, el alcalde dura un día”.
Pero es que, querido colega, En La Coruña nadie es forastero: Ni la basura, ni tan siquiera el alcalde.
Vivir para ver

UN ALCALDE DE PESO

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