EL VOTO NO LO JUSTIFICA TODO

La importancia del voto es innegable. Gracias al voto y su ejercicio, el ser humano deja de ser esclavo, siervo, vasallo y súbdito y se convierte en ciudadano. En una palabra, pasa de no tener voz ni voto a participar como elector y elegible, en los asuntos públicos de la comunidad.
El voto, por sí solo, no prejuzga su licitud ni su justicia. No todas las alternativas posibles se legitiman por el voto. Sólo las que alcanzan el reconocimiento de la mayoría social, libre y periódicamente expresada, avalan el poder legitimador del sufragio
El derecho al voto no puede admitirse ni reconocerse como un derecho absoluto e incondicionado que sirva igual “para un roto que para un descosido”. No hay que olvidar que, según la Biblia, el voto de la multitud absolvió a Barrabás y condenó a Jesús.
El voto es condición necesaria pero no suficiente para que un sistema político sea considerado como democrático. El voto, para ser democrático, necesita ejercerse periódicamente y reunir las siguientes características: ser universal, libre, igual, directo y secreto. Todo eso exige necesariamente el reconocimiento previo de la pluralidad política, pues es obvio que donde no hay opción, no cabe la facultad de elegir. Es el “derecho a elegir” y no “el derecho a votar” el que sirve de base y sostén a la democracia y el que realmente importa al ciudadano. Este necesita saber lo que vota, a quién vota y para qué lo vota.
Para que el voto sea solvente y responsable, la ciudadanía debe tener reconocidos los derechos de libertad de prensa e información y el derecho a la libertad de expresión, pues es evidente que una población desinformada carece de juicio crítico y está condenada a votar a “tientas y ciegas”.
El derecho al voto no puede ser un aval fijo y permanente y sí un apoyo revisable periódicamente, pues de lo contrario, puede dar lugar a situaciones que nacidas democráticamente, deriven en dictaduras y totalitarismos de larga duración, sin posible alternancia en el poder. Por eso, es exigible a las democracias, tanto su legitimidad de origen, como de ejercicio.
El voto no convierte a la dictadura en democracia. La primera, lo utiliza como referéndum o fórmula de adhesión, de carácter plebiscitario, sin pluralismo ni debate alguno y con el objeto de rendirle culto a la personalidad del gobernante. La democracia, por el contrario, celebra convocatorias periódicas de participación ciudadana para que el electorado elija libremente, no sólo a quién quiere que le gobierne sino y, sobre todo, cómo quiere que se le gobierne. 
Otro dato esencial es la temporalidad del mandato de los representantes políticos para que puedan ser eventualmente confirmados, reelegidos o relevados.
En conclusión, podemos decir que sin el voto no hay democracia pero sólo con el voto tampoco hay democracia.

EL VOTO NO LO JUSTIFICA TODO

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