REIVINDICACIÓN DEL POLÍTICO

En una sociedad democrática, representativa, parlamentaria y pluralista la actividad política debe rodearse de las máximas garantías de rectitud, honestidad, ejemplaridad y servicio a los demás. Cumplidas esas premisas, velar por el prestigio de los políticos es rechazar que se les califique de “casta” o “clase”. Tanto la palabra “casta” como el término “clase” indican algo exclusivo, endogámico y cerrado en su egoísmo e interés particular. Tan detestable es hablar de clase política como de clase obrera o de clase aristocrática. En todos esos casos y otros semejantes, la sociedad se fragmenta en círculos cerrados,  proclives a la insolidaridad. Se favorece el corporativismo y la falta de conexión y cooperación con el resto de los ciudadanos.
Una sociedad de “castas” o de “clases” es un conjunto yuxtapuesto de sectores que sólo miran por el bienestar y defensa de sus intereses. Son grupos sociales dentro de la sociedad; pero no son la sociedad. Una sociedad clasista es tan negativa como una sociedad sin clases, pues por este sistema, lo que en definitiva se defiende es la existencia de una sola clase dominante, por encima de todo y de todos. La sociedad debe ser interclasista pero cohesionada y al servicio del bien común.
Si la sociedad debe prevalecer por encima de los intereses individuales, sectoriales o de partido, los políticos, para hacer honor a su vocación como representantes del pueblo, no pueden estar al servicio de ninguna clase o sector determinado. Para el político, su vocación de servicio a los demás y al interés general de la población, debe impedirle sucumbir a la tentación de los poderes fácticos, el soborno, la corrupción, el cohecho y el nepotismo.
El político es el representante de los ciudadanos para la defensa de sus derechos y libertades. Por eso, la mayor ofensa que se les puede hacer es reprocharles que “no nos representan”. Esta denuncia revela la decepción e indignación de la población contra los políticos que se desentienden de sus problemas y  necesidades. 
No puede haber confianza en la política si no hay políticos de confianza. La política no puede ser una profesión, ni un medio de vida. La política tiene que ser una “vocación”, es decir, una llamada al servicio y entrega a los demás. No se debe utilizar como medio de enriquecimiento, ni para dispensar favores o prebendas. En la antigua Roma, términos como el honor, la gloria, la confianza, el respeto, la dignidad, el prestigio, la autoridad y la gracia eran los que definían al auténtico líder político. Por eso, el candidato debía vestir una túnica blanca, durante toda la campaña, en señal de cándido, es decir, puro, limpio e inmaculado.
Finalmente, deben recordarse las palabras de Quinto Tulio Cicerón a su hermano Marco, ilustre orador y jurista, recomendándole que contase con los ciudadanos más listos de la sociedad “sin olvidar bajo ningún concepto a las clases más humildes” y que “evitase las acusaciones de corrupción”. 

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