Poder y estado

La política consiste en la lucha por el poder y en aspirar a gobernar. También se entiende como el medio para acceder al poder y mantenerse en él.
No cabe duda que el poder atrae y, por eso, se dice que, aunque el poder desgasta, más desgasta la oposición.
Alcanzar el poder es el principal objetivo de todo partido político; su razón de ser y la justificación de su existencia. Eso se demuestra durante las campañas electorales en las que los partidos se esfuerzan en conseguir el voto mayoritario de los ciudadanos.
Admitido lo anterior, es evidente que la lucha por el poder sólo se da en los sistemas democráticos, parlamentarios y pluralistas, es decir, en los que se admite y reconoce la alternancia en el poder, pues cuando, alcanzado éste se retiene y mantiene indefinidamente sin elecciones libres y periódicas, mediante sufragio universal, el poder, en esos casos, no se gana; el poder se conquista y su resultado se llama “golpe de Estado”.
En vista de lo expuesto, no puede extrañarnos que esa manera revolucionaria de llegar al poder haya sido llamada “La conquista del Estado”. Ese fue, precisamente, el título del periódico de corte fascista fundado el 14 de marzo de 1931 por Ramiro Ledesma Ramos y que se inspiró en su homónimo italiano de Curzio Malaparte, “La conquista dello Stato”, ambos coincidentes en la defensa de un Estado nuevo, como el máximo valor político.
Ese fue el auge del totalitarismo que identificaba el poder con el Estado y convertía a éste en la representación máxima de todos los valores. Era el “panestatismo” o “Estatolatría”, que condenaba a la sociedad y a las personas a ser meras piezas del engranaje estatal que todo lo abarcaba y dominaba.
No cabe duda de que el absolutismo del Antiguo Régimen y de las monarquías absolutas fue sustituido por el de los “jerarcas absolutos” de los sistemas totalitarios y su culto a la personalidad.
El poder, en un sistema democrático, no es un bien patrimonial que se alcanza definitivamente y para siempre. Eso sería adueñarse del poder y convertirlo en un bien privativo y exclusivo del gobernante para utilizarlo al servicio y en beneficio propio o de unos pocos y no del interés general.
En las democracias, el poder no se conquista ni se asalta; se gana por la confianza mayoritaria de los ciudadanos, libre y periódicamente expresada en las urnas.
En resumen, los representantes políticos, en democracia, son conscientes de que el poder lo reciben en depósito de sus votantes y representados y que éstos, en sucesivos comicios, pueden confirmárselo o revocárselo.

Poder y estado

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