Poder y autoridad

Los conceptos de poder y autoridad no son contradictorios; antes al contrario, se relacionan y complementan de tal manera, que de su equilibrio y armonía, depende la prosperidad y el progreso de los pueblos. Por eso, no puede extrañarnos que la sociedad rechace, por igual, todo poder autoritario como todo autoritarismo de poder.
En una palabra, ni poder sin autoridad, ni autoridad sin poder. El poder sin autoridad tiende a la arbitrariedad y el abuso; la autoridad, sin poder, provoca desgobierno y desconfianza en la sociedad.
Un poder sin autoridad sería injusto, tiránico y arbitrario; una autoridad sin poder sería una entelequia, sin fuerza y eficacia para la dirección y el gobierno de la cosa pública. El poder se ejerce; la autoridad se tiene. Un poder que no se ejerza es como si no existiera; una autoridad que no se tenga deja a la sociedad inerme frente a cualquier eventual abuso o injusticia.
Ambos conceptos deben coadyuvar al imperio de la ley y de la justicia; al respeto y defensa de los derechos  y libertades de las personas y al interés general de la comunidad.
Es evidente que, tanto la autoridad como el poder, deben ejercerse sin caer en su abuso o uso ilegítimo. Precisamente, el Código Penal considera como agravante de la responsabilidad criminal, tanto el abuso de poder como el abuso de autoridad; el primero consiste en utilizar el agente para cometer el delito en beneficio propio su condición de funcionario público y, el segundo, cuando el funcionario público se aprovecha de su oficio, pero no abusa de él para ejecutar un acto en una actividad que cae fuera de su función específica.
En el Derecho Romano, según Álvaro D’Ors, distinguía entre “potestas”, que era el poder socialmente reconocido y “auctoritas”, que era el saber socialmente reconocido. La “potestas” o el poder lo ostentaba la autoridad que tenía capacidad legal para hacer cumplir sus decisiones.
Según lo expuesto, puede decirse que la autoridad era ejercida “por los que saben”, orientando, aconsejando y limitando el poder que está en manos de “los que pueden”.
Eso explica que para Platón, el gobierno ideal fuese el ejercido por los mejores o los más sabios, es decir, por la aristocracia del mérito y la inteligencia. Ante esas consideraciones es fácil comprobar cómo nuestra realidad política actual está muy alejada de esos valores y la “mediocridad” o la “celebridad” se convierten en el denominador común de la acción política con grave deterioro de las instituciones más representativas del poder.
En definitiva, la calle debe inspirar pero nunca sustituir ni condicionar o imponer sus reivindicaciones. 

Poder y autoridad

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