Morir con las botas puestas

El líder del PP, comprobando que el veto de los demás partidos le impide gobernar si no obtiene mayoría absoluta, reacciona con decisión y firmeza, afirmando que “yo nunca me rindo”. Esta actitud de “morir con las botas puestas” puede considerarse un acto de heroísmo, de patriotismo o el compromiso de asumir toda la responsabilidad, hasta sus últimas consecuencias.
Es evidente que la soledad y el ostracismo, al que someten los demás partidos al que obtuvo el mayor número de votos, puede resultar kafkiano o antidemocrático; pero negar o desconocer esa realidad o permanecer inactivo como si no existiera, es un acto de conformismo próximo a la resignación.
Ese vacío político obliga a quien lo sufre a preguntarse, sin prejuicios, la causa o causas que lo producen. Para ello lo primero que se impone es abandonar la soberbia y “rodillo” de las mayorías absolutas y aceptar con abnegación y realismo la necesidad de pactar y lograr acuerdos. De nada vale la autosuficiencia ante un pluripartidismo que, formalmente, legitima a todos los partidos para la interlocución, la transacción y el “ceder en algo” para “no perderlo todo”. Sin voluntad de pacto y la renuncia a toda clase de personalismos impuestos o excluyentes, no es posible entendimiento alguno. Para pactar hay que saber renunciar y transigir sin que eso suponga rendiciones incondicionales ni admitir maximalismos inaceptables.
Admitido el “animus pactandi”, por encima de los egoísmos personales y de partido, es más fácil “llegar a entenderse”; pero, en todo caso, nunca se debe poner a las personas por encima de las ideas que representan y de los proyectos a los que sirven. El “todos somos necesarios pero nadie imprescindible”, debe servir de divisa, tanto en la política como en la sociedad. 
Una de las obsesiones en las que, erróneamente, persiste el PP es la de concentrar todo su esfuerzo electoral, utilizando como casi único argumento la recuperación económica, pese a que este “monocultivo argumental” no ha tenido éxito en ninguna de las últimas elecciones. En este sentido, el economista Carlos Segovia puntualiza que “la economía no lo es todo como se vio el 20-D”. En efecto, en 2015 el PP, según dicho autor, perdió “un tercio de escaños” a pesar de haber crecido la economía al 3,2%.
También es innegable que la recuperación económica incipiente se ha logrado a costa de una injusta distribución social de la carga de la crisis, que hundió un 20% la renta disponible por hogar entre los años 2007 y 2013 y aumentó en más de tres millones de españoles las personas que pasaron a engrosar el sector de los más vulnerables,  sin olvidar la reciente advertencia de Bruselas a España por sus “desequilibrios macroeconómicos”, con la amenaza, incluso, de ser sancionada.
Tampoco el afán regenerador del PP logra superar los constantes casos de corrupción, cuya alarma y disgusto social pesa desfavorablemente sobre sus propios militantes y simpatizantes.

Morir con las botas puestas

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