Lo que más duele

Para empezar diremos que la mentira no tiene excusas. Aunque mentir es faltar a la verdad, no todos los que faltan a la verdad, mienten o pueden ser considerados mentirosos.
En efecto, cuando se miente por ignorancia, error o desconocimiento o con el fin de evitar un mal mayor o más grave, no existe la mentira propiamente dicha.
En consecuencia, la mentira consiste en faltar, consciente y deliberadamente a la verdad, con el propósito de engañar sobre sucesos, actos, procedimientos y decisiones que se pretenden justificar como verdaderos y necesarios, a sabiendas de que no lo son.
El ejemplo más reciente surgió con el asunto del exministro José Manuel Soria, propuesto por el Gobierno para un puesto ejecutivo en el Banco Mundial, representando a España y que desató las críticas de toda la oposición, e incluso, de algún miembro del partido en el poder.
Esas críticas se circunscribieron a denunciar la torpeza política de dicha propuesta, por recaer en un anterior miembro del Gobierno que había dimitido por haber mentido, negando haber tenido intereses con su familia en paraísos fiscales y comprobarse, posteriormente, la veracidad de dicha información.
En ese asunto, se puso de manifiesto que una cosa es la torpeza política del Gobierno, al haber formulado la propuesta y otra más grave, la de pretender justificar la decisión con un elenco de mentiras que, en cascada, cometieron el ministro de Economía, el de Justicia y el propio presidente, sosteniendo que se trataba de un acto administrativo y de un concurso entre funcionarios, resuelto por una comisión de evaluación, sin intervención alguna del ministro competente.
Toda esa argumentación se demostró que era falsa, pues se trataba de un acto político y no administrativo; de un cargo de libre designación, sin concurso público, transparencia ni publicidad, como se demostró al renunciar el señor Soria e, inmediatamente, proponer el Gobierno a su sustituto.
En definitiva, la torpeza política ha sido corregida y rectificada por la retirada del señor Soria a su presentación ya fuese por decisión propia, por petición del Gobierno, como reconoció expresamente el interesado, o por la presión social de la ciudadanía.
En conclusión, puede decirse que el tratamiento a ese asunto por parte del Gobierno no pudo ser más desdichado, pues corregida la torpeza política de la propuesta, persiste en la conciencia ciudadana la falta de credibilidad del propio Gobierno, por las mentiras y contradicciones esgrimidas en el caso que nos ocupa y cuyas secuelas o consecuencias son difícilmente subsanables.

Lo que más duele

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