SIN MARGEN PARA EL OPTIMISMO

Si el diagnóstico es acertado, resulta lamentable que el tratamiento que se le dé al enfermo no sea el adecuado.
Prescribir o proponer fórmulas o terapias que no tolera ni acepta el paciente y que, además, no se corresponden con los síntomas de su enfermedad, no contribuye a su curación o a recuperar su salud.
Si el separatismo secesionista pretende la creación de un Estado nuevo, propio e independiente es innegable que todos los remedios relacionados con cambios en el interior del Estado, serán siempre considerados por los independentistas como extraños y ajenos a sus ideas y pretensiones. Y la razón es bien sencilla: no tiene sentido ofrecer remedios y mejoras caseras a quienes no quieren pertenecer a la casa común.
Ante la realidad de esa dolencia y de sus características es un error pretender curarla apelando al federalismo, la financiación autonómica, las balanzas fiscales, la solidaridad interterritorial o la organización territorial del Estado si lo que quieren, precisamente los separatistas, es dejar de pertenecer a ese Estado.
Con los separatismos no cabe el diálogo dentro del Estado. Sólo admiten relaciones interestatales o lo que es lo mismo, “bilateralismo soberano”.
Otra consideración a tener en cuenta para no incurrir en miopía política es que el posible éxito de la operación independentista catalana pueda desencadenar en otras partes del territorio español las mismas tentativas secesionistas. Es por ello ingenuo pensar que el desafío al Estado proviene solamente de la Generalitat de Cataluña. Este precedente sería inmediatamente aprovechado por otros separatismos, declarados o encubiertos, para reproducir la experiencia catalana.
El Estado que no cede ante el separatismo no incurre en inmovilismo; actúa sencillamente en defensa propia o legítima defensa.
Si a los movimientos separatistas se une la duda e incertidumbre que sobre la idea de España tienen algunos partidos políticos, entonces el escaso optimismo que nos queda se convierte en pesimismo, dada la dificultad que esa falta del sentido de España y de su realidad supone para conseguir un nuevo pacto constitucional que exigiría un necesario y urgente consenso, cada día más alejado de la realidad.
Finalmente, debe apuntarse que la dificultad antes señalada de conseguir dicho pacto puede verse agravada por el multipartidismo que se barrunta en el horizonte político español.
Dadas, pues, las anteriores reflexiones, la salida de esta peligrosa encrucijada en la que está inmersa la sociedad española, sólo es posible si se recupera el espíritu de concordia y de consenso que hizo posible el tránsito a la democracia. De lo contrario, serán imprevisibles y nada deseables, las consecuencias que puedan producirse.
En resumen, reducir el problema a Cataluña, es ver el árbol que no deja ver el bosque.

SIN MARGEN PARA EL OPTIMISMO

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