La fuerza del deseo

Ya Aristóteles dijo que “sólo hay una fuerza motriz: el deseo” y coincidiendo con esa idea, Bertrand Russell sostuvo que “toda la actividad humana está motivada por el deseo o el impulso”.

En efecto, el deseo es un impulso natural que mueve a la voluntad humana a alcanzar o conseguir y disfrutar algo que despierta su interés, pues sin interés el deseo no existe o no se realiza. Es evidente que aquello que desdeñamos o no nos interesa no es objeto de nuestro deseo; del tal forma, que las cosas no valen porque las deseemos sino que las deseamos porque valen.

Desear algo sin tener interés por conseguirlo es un intento vano e inútil. Por eso, el hombre tiene por naturaleza afán o deseo de saber y este interés por conocer constituye la característica propia del ser humano. Tan es así, que no conocer, al igual que no desear son objetivos inexistentes. Es tan cierto que el interés potencia el deseo como que el deseo no existe si falta el interés; de tal manera, que desinterés y deseo son incompatibles.

Cuando Séneca afirma que “no es feliz el que más tiene, sino el que menos desea” y que por eso “la felicidad y el deseo son incompatibles”, este pensamiento merece completarse con la idea de que la felicidad completa y verdadera consiste, precisamente, en tener lo que se desea y desear lo que se tiene, es decir, cuando en nuestro ánimo se corresponden y se dan, conjuntamente, el tener y el desear.

Decir, como dice el citado autor, que es feliz el que “se contenta con su suerte”, sea cual sea, sin desear lo que no tiene es condenar al hombre a la inactividad  y la inercia o dar por supuesto que el ser humano es autosuficiente y conformista por naturaleza, cuando el deseo de vivir es el principal motor de la existencia, o sea, el deseo o aspiración a conseguir nuevas metas y objetivos que las meramente presentes y espontáneas. El propio Séneca tuvo que reconocer que “algunas veces la vida es un acto de coraje” pues, como dice Karl Popper, “toda la vida es una resolución de problemas”. La vida sin deseos no tiene sentido y el primero de esos deseos es, precisamente, el deseo de vivir.

El deseo es libre, pues como dijo Montaigne, “prohibir algo es despertar el deseo”, esto es debido a que la curiosidad innata del ser humano no sólo se motiva por lo desconocido, sino también y muy principalmente, por lo prohibido.

El deseo nace de la convicción que tiene el ser humano de no ser “autosuficiente”, pues el que tiene todo nada desea. En cualquier caso, como decía Epicteto, “sólo existe una forma de felicidad, que es dejar de preocuparnos por aquellas cosas que están más allá del poder de nuestro deseo”. Por lo expuesto, es evidente que el deseo insatisfecho produce frustración; el deseo irresistible genera pasión y ansiedad y el deseo imposible es causa de angustia y desesperación.

La fuerza del deseo

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