El eco y la palabra

Siempre se dijo que no deben confundirse las voces con los ruidos, ni el eco con las palabras. Pues, bien, estos viejos dogmas de la ciencia de la información y del conocimiento se cuestionan y pierden valor, ante el auge creciente y vertiginoso de la globalización y sociedad del conocimiento.
El ruido y el escándalo se hacen dueños y señores del arte y la práctica de magnificar los sucesos, noticias y acontecimientos que se desarrollan en el mundo, para que tengan el mayor eco y resonancia posibles.
Se piensa que si las noticias no hacen ruido, es decir, si no despiertan el interés de la gente, pasan desapercibidas y nacen condenadas al silencio y olvido.
Las noticias, por su propia naturaleza, tienen que hacerse “notar”, es decir, ser públicas y “notorias” y, por ello, necesitan la mayor difusión posible.
Como es lógico, sólo lo que se “anuncia” se hace público. Y para que llegue al mayor número de público se recurre al sensacionalismo, la exageración, la novedad y a las llamadas “primicias” o “exclusivas” informativas.
Es cierto que la palabra que no tenga eco, difusión o acogida, es prácticamente como si no se pronunciara o fuera inexistente.
Pero esa nueva manera de concebir la información introduce en su contenido el peligro de hacer necesario supeditar la certeza y veracidad de la misma a conseguir el mayor eco o impacto posible.
El eco puede amplificar o potenciar la fuerza de la palabra; pero nunca condicionar o manipular el valor de la misma en sacrificio de su mayor y más amplia aceptación y difusión.
La verdad de la noticia ya no está en la noticia misma, ni en su objetividad o imparcialidad, sino en que sea artículo preferido de consumo masivo.
Que las palabras tengan eco no debe obligar a que el contenido de la información se subordine o quede condicionado a ese resultado.
El periodista, como fedatario de la realidad, debe describir lo que ve con absoluta imparcialidad, objetividad e independencia. Debe atenerse a los hechos y describirlos como se producen; en cambio, el político está siempre sujeto a ser rehén del mayor impacto que puedan producir sus palabras. Este punto de vista es indudable que influye negativamente en la certeza y veracidad de la información, pues busca más el efectismo que la efectividad.
Ser esclavos del eco que puedan producir las palabras es renunciar a la defensa de la verdad como valor objetivo y convertir la información en mercancía apta para el mayor consumo posible.

El eco y la palabra

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